martes, 26 de marzo de 2013

Comentario Triduo Pascual C


Saber reconocer los signos de vida para creer en el resucitado

Triduo Pascual (28-31 de marzo)


Como hemos señalado la semana pasada, los comentarios serán breves a las lecturas del Evangelio del jueves y viernes y más extensos a las lecturas del domingo.

 Eduardo de la Serna

Jueves Santo

Lectura del Evangelio: Juan 13,1-15


Los estudiosos coinciden en general en que el Evangelio de Juan tiene 2 grandes partes. En 13,1 comienza solemnemente la segunda parte.  La clave parece estar en la llegada de “la hora” anunciada en la primera parte como algo futuro. Y esta hora ha llegado con el “paso” de Jesús de este mundo al Padre. Este “paso” tiene claras connotaciones pascuales (Pascua = paso) aunque la cena de Jesús no sea cena pascual. Este paso viene marcado por el “amor extremo” a “los suyos”. La unidad literaria parece seguir hasta el v.20 (como el doble “en verdad” del v.21, la frase conclusiva de v.20 y el nuevo comienzo del v.21 lo indican). La característica principal viene dada por el “lavado de los pies”. Esto es propio de los esclavos (ser esclavo y servir son la misma palabra en griego), y la palabra está mencionada en la interpretación que hace Jesús del hecho (omitida en la liturgia, en el v.16).  La negativa de Pedro a ser lavado tiene ese sentido, y esto es algo que será comprendido “más tarde”. Jesús, a continuación, lo explica: es algo que deben hacer “unos con otros”, es la expresión del amor que es verdadero cuando se vuelve “servicio”; ese es el “amor extremo”.

Viernes Santo


Lectura del Evangelio de la Pasión: Juan 18,1-19,42


Resumen: La pasión según san Juan nos muestra un Jesús siempre soberano, del principio al fin es quien decide “voluntariamente” su situación;  la comunidad de discípulos –representados en su madre y el discípulo amado- están al pie de la cruz y reciben el espíritu, y todo el AT alcanza en Jesús su plenitud.

El relato de la Pasión de Jesús según Juan, que se lee todos los años el Viernes Santo tiene muchas unidades e ideas que son propias de Juan y merecerían ser destacadas. Trataremos se señalar las principales.

Jesús aparece como soberano, él es quien conduce los acontecimientos. Por ejemplo. Él determina que dejen ir libres a sus compañeros ya que lo buscan a él. Con ironía clásica de Juan, ante el “Yo soy” de Jesús (es el nombre divino en Éxodo) caen en tierra, algo característico de los que ven a Dios. Jesús repute dos veces este término, “yo soy”, lo que debe tenerse presente. Pedro dirá dos veces “no soy”, a continuación. Por otra parte, como hace otras veces, Juan corrige o precisa datos de los Sinópticos como quien empuñó la espada e incluso el nombre del servidor del Sumo Sacerdote.

Con nueva ironía, Juan señala que cuando Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote, Pedro “y otro discípulo” (no dice de qué discípulo se trata; ¿el discípulo amado? No parece) “siguen” a Jesús. El verbo es irónico porque Pedro ya le había dicho a Jesús que lo seguiría (13,36-37), pero lo seguirá “físicamente”, no discipularmente. De hecho, “no es” (18,17.25). Recién cuando Pedro vaya a dar la vida realmente por Jesús, Jesús le dirá “sígueme” (21,19).

Ya en el “pretorio” (Juan no tiene “juicio religioso”, sino sólo un interrogatorio) el rol de Pilato es bastante limitado. Se pasa toda esta unidad “entrando” y “saliendo” ya que los judíos no quieren entrar para poder comer la pascua (18,28; lo que muestra que para Juan la cena de Jesús no fue cena pascual).

Hay algunas ideas que es bueno destacar. A Jesús no lo van a buscar con “armas y palos” sino con “antorchas, lámparas y palos” (18,3) porque viven en la oscuridad, son de las tinieblas”; Pilato no sabe qué es la verdad, porque es “de la mentira” (18,38). Esto es importante, especialmente si recordamos que el diablo es “el padre de la mentira”(8,44) y el “príncipe de este mundo” (12,31; 14,30; 16,11). Esto dice relación con la afirmación de que “mi reino no es de este mundo” que se suele interpretar como si se separaran en dos niveles las realidades, este mundo, tierra - “no de este mundo”, cielo.  En realidad, en Juan “mundo” es el ambiente adverso a Jesús (por eso el “príncipe de este mundo”). En este mundo –podríamos parafrasear- hay quienes viven (y reinan) según las tinieblas, la mentira y la muerte, y otros viven según la luz, la verdad y la vida. A eso Juan lo llama “estar en el mundo”, “no ser del mundo” (17,11.16). Por tanto, “mi reino no es de este mundo” no refiere al cielo, sino a que no se deja guiar por los criterios del “príncipe de este mundo”. Por ejemplo, si así fuera “mi gente habría combatido” (18,36). El reino que Jesús propone es reino de paz.

Otro elemento a tener en cuenta es que los judíos (que en Juan, como también “mundo” refiere al grupo hostil a Jesús) afirma que “no tenemos más rey que el César” (19,15). Israel es el pueblo que tiene a Dios por rey, pero acá se confirman como “amigos del César” (19,12).

Pilato lo entrega para que sea crucificado, y el que lleva la cruz es Jesús, no el Cireneo; seguramente como Isaac lleva la leña para el sacrificio (Gen 22,6).

La vestidura de Jesús que se sortearán los soldados no tiene costura, se debe romper para partirla. Jesús viene a provocar unidad que la violencia, la mentira y las tinieblas rompen.

Juan incorpora una novedad al pie de la cruz, su madre y el discípulo amado. Por un lado, ambos personajes tienen gran carga simbólica en el Evangelio. Lo simbólico es evidente porque es absolutamente improbable que los romanos permitieran a alguien cerca de un crucificado. Por otro lado, llama nuevamente la atención que Jesús a su madre la llame –como en Caná (2,4)- “mujer”. No es razonable mirarlo atendiendo a lo “histórico” como señalando la crudeza del acontecimiento, o el dolor de una madre, sino en la familia que aquí se suscita. Una “mujer” (¿como Eva?) y un “discípulo” ejemplar, “amado”, que la “recibe como suya”. 

Jesús es tan soberano, en Juan, que su muerte ocurre por determinación suya. A la hora de la matanza de los corderos de pascua, sin que se le quiebren las piernas, como a los corderos, y con la última gota de sangre, como a los corderos, con una rama de hisopo, como a los corderos; Juan  nos reitera algo que señala desde el comienzo de su Evangelio, y es que Jesús reemplaza en su propia persona todo lo “religioso” de Israel: el Templo, las fiestas litúrgicas, la vid… el cordero pascual. Y al morir “entregó su espíritu”.

Finalmente, a diferencia de los Sinópticos, Jesús es sepultado y embalsamado [ungido con bálsamo en las vendas “según la costumbre judía de sepultar” (19,40)]. En un jardín comenzó el drama (18,1) y en un jardín concluye (19,41).


Domingo de Resurrección:


 1ª lectura: Hechos 10,34ª. 37-43


Resumen: una síntesis del ministerio y pascua de Jesús da pie a la predicación a los paganos, y a que se derrame sobre ellos el Espíritu dando así lugar a la absoluta novedad de la univerdalidad.

El texto de Hechos es extenso. Y repetitivo. De hecho la liturgia sólo se detiene en lo central y fundamental, pero no está de más mirar la idea principal antes de detenernos en él. Se trata de una unidad cuidadosamente armada por Lucas, presentando los personajes, y repitiendo y explicando las escenas más de una vez. Sinteticemos: una vez las presenta, la siguiente le da su sentido y en tercer momento la explica ante los Doce (10,1-26. 27-48; 11,1-18). ¿Por qué la insistencia? Pues porque el paso que se dará es casi contrario a todo lo que se decía en el A.T. y la predicación de Jesús. ¿Cómo se justifica el bautismo a paganos sin exigir nada, como la circuncisión, si el AT distinguía judíos de paganos y si Jesús había dicho “no vayan a territorios extranjeros… sólo a las ovejas perdidas del Pueblo de Israel”. El cambio que se dará en esta unidad es tan fundamental, tan decisivo que hace falta dejar bien claro, ¡insistentemente!, que está conducido por el Espíritu Santo (10,19.44.45.47; 11,2.15.16), un éxtasis-visión (10,10.28; 11,5) o por el Ángel del Señor (10,3.7.22.30; 11,13). En el centro de esto se encuentra la predicación de Pedro a los paganos en orden a “escuchar lo que le fue ordenado por el Señor” (10,33) y al decir esto se derrama el Espíritu (10,44) lo que causa que Pedro “mandó que fueran bautizados” (10,48). El texto que nos propone hoy la liturgia es, precisamente, este discurso de Pedro a los paganos contando “lo que sucedió…” (10,37).

Obviamente no interesa la historicidad de los acontecimientos que es pasible de sospecha (el predicador primero a los paganos resulta “Pedro” y no Pablo, por ejemplo). Vayamos al texto.

El discurso presenta una primera parte “histórica”, comenzando por el bautismo de Juan, el ministerio de Jesús (sintetizado en que “pasó haciendo el bien”, v.39), fue matado y resucitado apareciéndose a testigos elegidos (37-41). Pero esto no finaliza allí (como es característico de Lucas, cf. Lc 24,46-48) y debe continuar con la predicación,  por ahora reducida “al Pueblo” (es decir, a Israel; v.42). Es a continuación que dará el siguiente paso cuando el Espíritu se derrame sobre los paganos lo que deja atónitos a los circuncisos al ver que el Espíritu Santo  se derramaba también sobre los paganos (v.45); a esto se lo ha llamado “Pentecostés de los paganos” (quizás un poco simplistamente, pero quizás justo en lo literario de Hechos). La introducción: “veo que Dios no hace acepción de personas” (v.34) y esta conclusión del don del Espíritu –ambas omitidas en la liturgia- son las que le dan sentido a toda la unidad.

Veamos brevemente el discurso: Lucas presenta una síntesis geográfica (en Judea comenzando en Galilea) e histórica (del bautismo a la muerte-resurrección) del ministerio de Jesús. Algunos elementos característicos de la teología de Lucas están señalados: el rol del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús, el enfrentamiento con el diablo, el rol de testigos de los apóstoles, señalados como los que comieron y bebieron con él, el mandato de predicar, el rol de los profetas y el perdón. Todo esto –como se dijo- en un marco histórico-geográfico, también característico de Lucas. Estamos –entonces- en una síntesis de la predicación, del “evangelio” de Lucas sintetizado en pocos versículos. De eso se trata este discurso que provoca la aceptación del evangelio por parte de los paganos y desencadena la que probablemente sea la máxima revolución de toda la historia de la Iglesia. Los paganos, despreciados y rechazados en Israel son ahora invitados a integrarse por el bautismo y la aceptación del Evangelio como miembros plenos del pueblo de Dios.


2ª lectura: Colosenses 3,1-4


Resumen: La “comunión de los santos” permite que entre Cristo resucitado y la comunidad peregrina haya una relación tan estrecha que ya desde “ahora” vivamos como resucitados.

La liturgia permite hoy la elección de una entre dos lecturas; hemos seleccionado el texto de Colosenses

Un discípulo de Pablo, pasado ya un buen tiempo, decide enfrentar, como si Pablo lo hiciera, una serie de nuevos problemas. Escribir que el autor es Pablo es una manera obvia de decir “yo soy su discípulo y sé que esto es lo que les diría Pablo si estuviese”. Uno de los temas –no el principal de la carta, pero si importante- es que la venida de Jesús que se esperaba inminente (ver 1 Tes 4,15-17; 1 Cor 15,51-52) se demora. En este sentido, en el cristianismo de la segunda generación surgen fundamentalmente dos respuestas. Una –patente, por ejemplo, en 2 Pe 3,3-4.8-10- señala que se demora para dar a todos la ocasión de la conversión, otra, habitual en los discípulos de Pablo, como el autor de Colosenses, señala que en cierta manera ya vino, que ya estamos de algún modo resucitados. Podríamos decir que falta “ultimar algunos detalles”. La parte teórica de la carta finaliza en 3,4 ya que en 3,5 saca las conclusiones prácticas de lo dicho para la vida de la comunidad. 3,1-4 aparece como una conclusión teórica de todo lo dicho que es claramente cristocéntrico. Un tema característico de esta carta, y su “parienta” a los Efesios es la idea de que Cristo es cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Hay una unión profunda entre ambos, tal que puede verse como la del cuerpo y su cabeza (1,18.24; 2,19). Por eso presenta a Cristo como “el primer nacido de entre los muertos” (1,18), los demás seguirán sus pasos.

Esto es lo que da razón a la primera frase del texto de la liturgia que es ciertamente sorprendente: “han resucitado con Cristo”. No es “resucitarán” sino lo han hecho (en griego es un aoristo, lo que significa que es algo que ha ocurrido en un momento concreto y preciso del pasado). Es típico de Pablo, y acá lo repite su discípulo, señalar una tensión entre la realidad (indicativo) y lo que se debiera (imperativo). Acá la tensión es que puesto que ya estamos resucitados, debiéramos buscar lo de arriba. El Jesús de Juan afirmaba que es “de arriba” (8,23), y al dirigirse a Dios Jesús levanta los ojos para arriba (11,41). Arriba refiere claramente al cielo (ver Hch 2,19), de allí viene la “Jerusalén de arriba” (Ga 4,26) y desde “arriba” Jesús llama a Pablo para un premio (Fil 3,14). De hecho, el versículo siguiente contrasta lo de arriba con lo de la “tierra”, arriba está Cristo sentado a la diestra de Dios. También en Ef  se afirma que Jesús está sentado a la derecha en los cielos (1,20). La imagen es tradicional (ver Mt 26,64; Mc 14,62; 16,19; Hch 2,34; 7,55.56 (aunque en estos vv., está “de pie”); Heb 8,1; 1 Pe 3,22. Como claramente lo destaca Hch 2,34, el texto es una alusión al Sal 110,1 que es un Salmo que canta al rey como “virrey” de Dios. El cristianismo primitivo, como lo señala la abundancia de citas recurrió a este texto para manifestar el cumplimiento de las escrituras en la resurrección de Jesús y su lógica “ausencia” posterior.

Buscar lo de arriba, aspirar a lo de arriba son evidentemente un paralelismo. Aspirar no es preciso, el verbo fronéô es también pensar, sostener y es casi exclusivamente paulino (x26 de las que x22 en Pablo [10 en Fil y 9 en Rom], una en Mt, Mc y Hch, y acá en Colosenses).  Hay dos textos paulinos que hacen más claro el sentido: “Efectivamente, los que viven según la carne, desean [fronoûsin] lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual” (Rom 8,5) y “algunos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan [fronoûntes] más que en las cosas de la tierra. (Fil 3,19). En ambos casos, lo que se ambiciona es vivir según la novedad que trajo Cristo, o vivir como si no hubiera tocado nuestra existencia. No se trata –entonces- de llevar una suerte de “vida espiritual” o “celestial” sino a sacar todas las conclusiones que la vida “en Cristo” supone para nuestra existencia. Por eso afirmará que “hemos muerto” y “nuestra vida está oculta” en Dios, es decir “a la derecha de Dios”.

Por cuanto ya estamos con Cristo en Dios, cuando Cristo vuelva –como hemos señalado, lo que ocurrirá sin la tensión de las primeras comunidades, por cuanto ya estamos con él- la venida será menos “espectacular” que lo que parecía en un primer momento. Y junto con él apareceremos los que ya estemos con él. “Nuestra vida” está oculta –como Cristo- junto a Dios; pero él aparecerá, y ya es “vida de ustedes” (v.4) y “ustedes aparecerán en gloria” (ver 1,27).

Resucitados con él, escondidos con él, aparecerán como él, en gloria como él… la unión entre el Cristo glorioso y el cristiano es tan estrecha para el discípulo de Pablo que casi pareciera que no hay nada ya que esperar, sólo toca vivir aquello que ya somos.


Evangelio según san Juan 20,1-9


Resumen: Los signos de la resurrección están presentes y allí deben los discípulos amados aprender a “creer sin ver”.

Con un cambio cronológico Juan da comienzo a una nueva unidad, “el primer día de la semana”, es decir el “domingo”. La escena nos presenta una mujer sola que va al sepulcro. No va con otras a ungirlo porque en Juan Jesús sí fue ungido, por tanto no espera que alguien le corra la piedra. Con mucha verosimilitud se ha propuesto que el rol de las mujeres en torno a la tumba, con sus cantos y llantos haciendo memoria del muerto parece haber sido el punto de partida de la proclamación y anuncio del Evangelio. Nada se dice de que María Magdalena, que ya la habíamos encontrada al pie de la cruz con otras mujeres y el discípulo amado (19,25), se haya asomado a la tumba ni lo que vio pero en el mensaje a Pedro y al otro discípulo les dice que “se han llevado al Señor y no sabemos (¡plural!) dónde lo han puesto”. Aquí desaparece de la escena la Magdalena hasta v.11 donde está llorando (¿por el duelo?), se asoma al sepulcro (¡ahora sí!) y ve dos ángeles. Ellos y luego Jesús, que se le aparece, le preguntan por qué llora desencadenando una nueva escena. Siendo que esta finaliza con María yendo a los discípulos a contar lo visto, pareciera que el redactor del cuarto Evangelio expresamente adelantó la escena de Pedro y el discípulo amado por algún motivo teológico (que señalaremos). Es decir, los vv.3-10 parecen adelantados de su lugar original, y la razón parece estar en el rol que juegan tanto Pedro como el discípulo Amado en el Evangelio de Juan.

María no va a “los discípulos” sino sólo a Pedro y el discípulo amado y ellos “salen” (v.3) hacia el sepulcro, “corren” (v.4).La escena está construida de modo sencillo. Van, llegan y vuelven. Obviamente el centro temático está en lo que ocurre en la tumba.

Veamos. Se dice que corren ambos, pero hay una diferencia entre ambos. El discípulo amado corre más rápido, ve el interior de la tumba, no entra. Espera a Pedro. Pedro se demora más, “lo sigue”, entra al sepulcro y ve las vendas y el sudario. Nuevamente entra en escena el discípulo amado, que ahora entra y “vio y creyó”. Concluye con una referencia a “la Escritura” (sin citar el texto de referencia) y la resurrección. Finalmente (omitido en la liturgia), vuelven a casa.

La construcción, como se ve es muy sencilla, pero hay elementos interesantes a tener en cuenta.

Pedro y el discípulo amado. Salvo la escena de la cruz, el discípulo amado, el héroe de la comunidad joánica, está junto a Pedro. Pero siempre aparece como más cercano a Jesús que Pedro (de echo es “el amado” por Jesús), en la cena es el que está junto a Jesús, no Pedro (13,23-25), es el que en la pesca le dice a Pedro que el que está en la orilla “es el Señor” (21,7), y cuando Pedro ha confesado 3 veces a Jesús que lo ama, del discípulo se dice que “permanece con Jesús hasta su vuelta” (21,22). En este caso, corre más rápido, “ve y cree”. En general se piensa que la comunidad de Juan, que se remite al discípulo amado, corre cada vez más el riesgo de sectarizarse, se distancia cada vez más de todos los grupos –incluso cristianos- del entorno. Entonces un redactor quiere evitar toda ruptura poniendo al héroe en relación al héroe de otras comunidades, Pedro. Es verdad que el discípulo amado es más, pero hay otras ovejas que no son de este rebaño, hay otras comunidades con las que estamos en comunión, al fin y al cabo también aman a Jesús. Es cierto que 3 veces lo negó, pero 3 veces le confesó su amor, aunque “nuestro héroe” permanezca fiel hasta el final. Aquí parece estar la primera razón del adelantamiento del texto que hemos señalado. Los primeros en acercarse al misterio de la Pascua son Pedro y el discípulo amado, y ambos entran al sepulcro y creen en la escritura (notar el plural, a pesar del singular anterior, que diremos).

Ver y creer: el tema es central en Juan, y es lo fundamental de la escena. No hay apariciones del resucitado (esas vendrán a continuación en el evangelio), sólo hay una tumba y vendas. De Pedro se dice que “vio”, del discípulo amado que “vio y creyó”. Veamos brevemente. En el relato se usan 3 verbos griegos diferentes, al llegar el discípulo amado “ve (blépô) las vendas en el suelo”; luego Pedro “miró (teôréô) las vendas en el suelo y el sudario… no junto a las vendas sino plegado en un lugar aparte (quizás para insinuar que no se trata de que el cadáver fue robado)”; finalmente, al entrar el discípulo amado “vio (oráô) y creyó”. El primer “ver” (blépô) es también observar. Es lo que hizo María en el v.1: “vio la piedra quitada”. Lo encontramos x17 en Juan, de las que x9 en el relato de la curación del ciego (cap.9). Como es propio en Juan, allí se mueve en dos niveles: se alude claramente a la visión física (“ahora veo”) pero aludiendo a un ver distinto, aludiendo a la fe, como se ve en el v.39: “Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos»”. Es, entonces, un ver que prepara la fe. El segundo “ver” (teôréô) (x24 en Juan) es más bien físico; en el relato del ciego, se aplica a los vecinos que “veían” al ciego mendigando; sin embargo se usa también para “verlos signos” (2,23; 6,2; 7,3), sin embargo, algunos “ven” al Hijo y “creen” (6,40) y será resucitado “en el último día”, porque “el que me ve, ve al que me envió” (12,45), pero al despedirse a Jesús no lo verán, como el mundo no ve al espíritu, aunque los discípulos sí lo verán (14,17.19). Finalmente el tercer uso (oráô) es el más común (x82). En el relato del ciego lo encontramos al principio (v.1, Jesús lo vio) y al final (v.37) “ese que has visto” que es el momento culminante de la fe del ciego. Ya en el discurso del pan de vida este verbo se relaciona estrechamente a “creer”: “le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (6:30), “me han visto y no creen” (6,36), el que “ve” a Jesús, “ve” al Padre (14,9), “afirma que no lo “verán”, y Jesús declara bienaventurados a “los que no han visto y han creído” (20,29). Esto nos permite suponer que no parece haber demasiada diferencia entre los tres, aunque el tercero está más estrechamente ligado a “creer”.

Los su parte “creer” es quizás la palabra principal (o una de ellas) de todo el Evangelio (x98). Todo él se escribió “para que crean” y “creyendo tengan vida” (20,31). Decir que el discípulo amado “cree” es decir que alcanza la vida. Amor – vida – creer (es interesante que en Juan no aparece jamás el sustantivo, “fe”) constituyen el todo. Y lo interesante es que es de este discípulo que se afirma que “cree”, y sin ver sino los signos de la resurrección. “Ve” lo mismo que Pedro, pero esté “ve y cree”.

Siendo que para esto se ha escrito el Evangelio, siendo que se declaran felices a los que creen sin haber visto, y siendo que el discípulo amado –ejemplo del verdadero discípulo- cree sin ver sino los signos de la resurrección, el relato nos desafía a creer con los signos (de los tiempos) y así tener la misma “vida” (que es vida divina).


Foto tomada de http://www.fondos10.net/fondos-de-pantalla-de-paisajes/amanecer-en-el-campo-wallpapers-24724

lunes, 25 de marzo de 2013

Una nota sobre la "pereza"

Una nota sobre la "pereza"





Eduardo de la Serna
Perezoso del amazonas



En mi ya viejo libro sobre los "vicios capitales" destacaba unos elementos que me sirven de punto de partida para lo que quiero destacar.


1. Hablar de "pecados capitales" no es exacto. No se trata de"pecados" sino de "vicios", es decir algo que nos prepara para el pecado, algo que es "mal hábito". La idea es -por ejemplo- que la avaricia nos prepara para la injusticia, la opresión, o la violencia; la lujuria para el descontrol, la infidelidad, etc. Pero son "vicios", no pecados, lo repito.


2. Es característico en el mundo antiguo intentar hacer una suerte de "escala de valores" y la pregunta subyacente era ¿cuál es el más grave de los siete? Que la envidia, que la avaricia... Es evidente que -si se quisiera ser justo, y preciso, el "peor" debería ser "el mío", porque es el que "me toca" y el que "me prepara" para caer. Sin embargo -y no entro en el terreno de la "valorización", creo que el más grave, o el más complicado es la "pereza".


3. La pereza es la inmovilidad, la falta de voluntad activa para dejar una actitud y asumir otra. Y -acá el punto- de los demás vicios se puede salir con decisión, voluntad, coraje (o más aún, teológicamente hablando, colaborando con la gracia), pero de la pereza "no dan ganas de salir", y entonces, aunque no fuera "grave" en sí, es grave en sus consecuencias. Estamos cómodos, o bien, no vemos la necesidad, o no nos sentimos con fuerza para salir de la situación.


Pues bien, valga esta introducción para pensar en algunos/as analistas contemporáneos, algo desconcertados con la elección del papa Francisco, y al insinuar sus análisis. Debo decir que he escuchado (= leído) "¡cada pavada!" (= tontera) que me resulta patético (además de la rabia del tiempo perdido). Hay decenas de análisis y comentarios, de un lado o del otro, que no hacen el más mínimo esfuerzo de entender o de ponerse en el campo del análisis desde lo creyente. Cómodos con sus esquemas, creyendo que bastan para agotar todo análisis, no se molestan en preguntarse si aquello de lo que están hablando "entra" o más bien se fuerza para entrar en sus moldes. Moldes que pueden servir para muchas cosas, pero es pobre -y perezoso- creer que sirven para todo.

Que se me entienda bien, de ninguna manera estoy diciendo que "deben ser creyentes" para poder mirar, analizar, comentar. Digo que deben hacer el esfuerzo de entender qué decimos los que somos creyentes ("en qué creen los que creen").


Por ejemplo, de ninguna manera pretendo que crean en el Espíritu Santo los analistas, pero hablar de la Iglesia sin partir de que los creyentes sí creemos en el Espíritu Santo, que decimos algo -y partir del presupuesto de que lo decimos de buena fe- en lo personal creo que sin eso -que es el corazón de lo que creemos al hablar de la Iglesia- pues no entienden nada. Y que todo análisis será a "su imagen y semejanza" y como análisis será pobre.

Pero también está otro grupo, los que creen que creen, pero por pereza tampoco se preguntarán a fondo "qué creemos", y entonces, responsabilizarán de todo al Espíritu Santo. Al papa lo elige el Espíritu Santo, a la Iglesia la conduce el Espíritu Santo... y entonces, perezosamente, también dirán según sus esquemas y estructuras. Porque en el fondo, tampoco parten de lo que creemos, sino de lo que creen (o quieren creer) que creemos.


¿Al papa lo eligió el Espíritu Santo? ¡No! Lo eligió un grupo de cardenales, ellos a su vez elegidos por el papa anterior. Y en estos cardenales, además, juegan (y siempre pensando en la más seria honestidad) la comprensión o conocimiento que tienen de los candidatos, el sentido que creen que debe tener la Iglesia para los tiempos que corren. Bromeando digo que si el Espíritu Santo condujera a los cardenales al voto, la elección se definiría en la primera vuelta y por unanimidad. Es verdad -podemos decirlo- que (a veces) "Dios escribe derecho con renglones torcidos". Dicen que en Juan 23 buscaron un papa de transición. Es posible, y en ese caso habría que decir sencillamente que "se equivocaron". Pero sería más exacto señalar que Juan 23 escuchó al Espíritu Santo. Lo que indica que también puede no escucharlo, o que hubo papas, o momentos en un papado en los que el Espíritu Santo no fue escuchado. Pero en este caso sí entramos directamente en el terreno de la fe.

Por otro lado, y siempre en el terreno de la pereza, queda el no querer (o no poder) entender el rol de los miembros. Casi como si se debiera sí o sí, "obediencia". Y tampoco eso es la Iglesia, mal que les pese a los que la entienden de una u otra manera (y sigo hablando del Espíritu Santo). El pluralismo es constitutivo de y en la Iglesia. Y si no se entiende, pues sencillamente se lo entiende mal (aunque fuera un papa el que no lo entienda). Para los que no entienden, por una u otra razón, las diferencias con los dichos o normas establecidas son vistas como desobediencia (amable desobediencia para unos, perversa para otros). Y tampoco eso es la Iglesia.

Entiendo -aunque debo reconocer que me molestan- los fanáticos anti-bergoglianos o los bergogliamantes; a algunos los entiendo y comprendo mirando su historia personal, aunque no deberían pretenderla para todos. En lo personal tengo muchas dudas y sombras del pasado de Jorge Mario Bergoglio, y a su vez reconozco muchas cosas valiosas y positivas; pero a su vez tengo claro que con el papado empezamos un nuevo camino y una nueva etapa. Negar el pasado es de mentes estrechas y temerosas, anclarse en el pasado es de mentes pobres y anquilosadas. En lo personal, la mayoría (si no todos) los gestos hechos por el nuevo papa me parecen excelentes, pero nada de eso dice hacia dónde iremos como Iglesia. Ironizando podría decir que también fascistas y marxistas viajan en metro, o pagan el hotel. Que va a lavar los pies a presos me encanta (y si entre los presos hay mujeres me gustará más), pero si ayuda a modificar las estructuras para que los presos no sean mayoritariamente pobres (¡y musulmanes!), me gustará más aún.


Es verdad que hay cosas que nos han habilitado y pongo dos ejemplos:

* hablar de los pobres no era bien mirado en la Iglesia papólatra que Juan Pablo nos legó. Uno decía "pero lo de los pobres lo dice Jesús" ¡y nada!, pero ahora se puede decir "lo dice el papa" y nadie lo discute. Amén.

* conozco el caso de un cura en Uruguay denunciado por otro cura ante el Vaticano por haber lavado pies a mujeres el Jueves Santo ("si acaso esto es un motivo, preso voy también sargento"). El argumento del inquisidor era que al hacer eso estaba de acuerdo con el sacerdocio femenino (sic... ¿y?). Incluso para esta semana Santa algún cura en el Chaco se opuso a que hubiera mujeres entre quienes se lavarían los pies. Pues Bergoglio ha lavado pies a mujeres y hay fotos en internet que lo muestran.

Es decir, hay praxis pastorales que nos permiten otro juego de cintura, otra mirada a nuestro obrar. De todos modos, insistimos, eso no basta.

Obvio que rezamos para que Francisco escuche al Espíritu Santo, y -si lo hiciera- iremos teniendo una Iglesia más parecida a lo que Dios quiere. Los fundamentalistas dirán que eso es prueba de que el Espíritu Santo guió el cónclave y guía a la Iglesia (sin aclarar por qué hace cambios el papa, si así fuera porque se supone que eso vale para papas pasados).


Afortunadamente se calmaron muchas aguas después de la elección papal. Bienvenidos sean todos los análisis posibles del pasado y del presente del actual papa. Pero bienvenidos si traslucen el esfuerzo de entender del modo más complexivo posible, (y -repito– no necesariamente estando de acuerdo) tratando de ponerse en el lugar de aquello que están analizando para que resulte creíble, sensato o legible. Debo reconocer que algunos periodistas, algunos comentarios y algunas personas eclesiásticas ya no tengo ningunas ganas de leerlas. Me da pereza.

Un aporte a la reflexión sobre la “comunión”

Un aporte a la reflexión sobre la “comunión”

Eduardo de la Serna
(texto de 2010 que hoy adquiere nueva actualidad)
Foto del caracol de Oventik, territorio zapatista, Chiapas, México
            Con justa y pastoral preocupación, el P. Obispo Luis me ha manifestado su inquietud sobre la comunión, y hemos hablado sobre el tema. Se ha referido -creo entender bien- a la comunión eclesial, y a la comunión presbiteral. Y me pidió que en lo personal contribuya a esto. Le aseguré que lo haría, porque estoy convencido de su importancia. Y siendo que en lo intelectual es donde creo que más puedo aportar un “grano de arena”, me pongo a hacer llegar un borrador.


            Esta reflexión pretende ser un aporte a esta comunión en estos tiempos desafiantes y críticos.


Un aporte de la Biblia

            Es sabido que la palabra “comunión” es traducción del término griego koinônia. Para ser precisos, en la Biblia es un término ambiguo, ya que refleja “lo común” en sentido amplio: sea la actitud de tener ídolos comunes, la comunión de bienes, el ser simplemente “compañero” o la colecta para los pobres de Jerusalén. 


            Probablemente el texto más significativo teológicamente sea el de Hch 2,42 donde se señala que los nuevos que se incorporaron a la comunidad “acudían a la enseñanza (didajê) de los apóstoles, y a la comunión (koinônía; o también puede entenderse “a la comunidad”), la fracción del pan y las oraciones (proseujais)”. Es probable que koinônía en este párrafo se refiera al “sentir común unánime que comprende las acciones comunitarias (¡sociales!) comprendidas en la gestión de los bienes materiales...” [1] Siendo la única vez que la encontramos en Hch (aunque cf. 2,44 y 4,32), ¿es también posible que -como se encuentra en Pablo- se refiera a la “Colecta”?, no me paree probable ya que Hechos parece desconocerla, pero sí a la “comunión de bienes” que está en la raíz de aquella. En algunos autores griegos puede entenderse como “asociación” al estilo de los gremios, pero también se encuentra una idea semejante en Qumrán, entendida como “comunidad”, vista esta como separada de otra “comunidad”, ésta de las personas impuras. Si se reemplaza -como propone Barrett- [2] “Torah por enseñanza de los apóstoles”, el marco es bastante semejante en 1QS 5,1-2: “Esta es la regla para los hombres de la comunidad que se ofrecen a sí mismos para volverse de todo mal y adherir a todo lo que ha mandado según su voluntad: separarse de la congregación de los hombres de iniquidad para formar una comunidad de espíritu en la ley y los bienes”. Existe -entonces- una comunidad determinada por el mensaje de los apóstoles, y una de las formas que esta asume es compartir los bienes, ponerlos “en común”. Un “estilo de vida común” prefiere traducir Pervo remitiendo, precisamente a los esenios y a los filósofos greco-romanos con lo que piensa que vv.44-45 explicita el término koinônia mientras vv.46-47 explica la fracción del pan y las oraciones. Este autor, por otra parte, sostiene convincentemente que la perícopa presenta un relato utópico, más que real, de comunidad. [3]

            Ciertamente la idea remite a la unidad en torno a algo “en común” (koinós), y -como se dijo, este algo común en el texto de Hechos refiere a los bienes y también a la “enseñanza de los apóstoles”. La comunión eclesial ciertamente es, entonces, en torno a la “buena noticia del reino”, al “evangelio”. No es una “comunión” entendida en un sentido corporativo, o en un sentido que podría entenderse como “militar”, sino “estar en común con el Evangelio”.



Veamos algunos casos significativos en la historia de la Iglesia
            No es desatinado hacer una somera mirada por algunos momentos que pueden ayudar a mirar la “comunión” en la historia de la Iglesia.

- negativamente
            Seguramente el primer ejemplo que podemos detectar en la historia de ruptura de la comunión de la enseñanza de los apóstoles provino -¡nada menos!- de Pedro. Pablo lo enfrenta cara a cara y lo llama “hipócrita”. Esto es, actuar contrariamente a lo que se proclama (Gal 2,13). La señal de koinônia del abrazo entre Pablo y Bernabé (¿y Tito?) con Santiago, Cefas y Juan (2,9) se había roto en muy poco tiempo.

             Otra división (sjisma) en la comunidad se provoca cuando los ricos rompen la “comunión” en la Cena del Señor y se desentienden del hambre de los pobres con lo que “comen su propio castigo” (1 Cor 11,19.29).

             Es interesante -siguiendo esta linea- la frecuencia con que Jesús provoca “rupturas” (sjisma) en el Evangelio de Juan (7,43; 9,16; 10,19). Pareciera que en este tema podría pensarse un pensamiento análogo al que se da con el término “escándalo” ya que es negativo “escandalizar” -en especial a los “pequeños que creen”- pero es lamentable (¡ay!) verse escandalizado por Jesús; es grave “romper” la comunión, pero lamentable “no romper” para quedar “del lado de Jesús”, como es -por ejemplo- expresamente mencionado en el caso de la familia.

             Sin dudas una nueva ruptura se empieza a ver en las comunidades de fines de s.I y primera mitad del s.II. Por un lado el “cristianismo” rompe cada vez más claramente con el judaísmo (recordar que “jristianismos” se encuentra por primera vez en Ignacio de Antioquía y probablemente para distinguir de -quizás todavía no “romper con”- el “ioudaismós”); pero por otro lado, con la aparición de las primeras herejías. En este tiempo, estas son particularmente dos: los “ebionitas”, herejía reflejada en el Evangelio de los Hebreos, por ejemplo, y el “gnosticismo”, herejía reflejada en los Evangelios de Felipe, o de la Verdad, por ejemplo. Simplificando un poco, se podría señalar que la primera sostiene vehementemente la humanidad de Jesús, negando la divinidad, mientras que la segunda hace exactamente lo contrario: niega totalmente la humanidad, afirmando la divinidad. La aparición de Marción en la segunda mitad del s.II -por otro lado- generó la necesidad de ir fijando el canon de las escrituras cristianas, cosa que comienza con Ireneo (el primero en hablar claramente de los 4 Evangelios; notar que recién avanzado el siglo II se empieza a hablar de “escrituras” referidos a los escritos cristianos), aunque con otros escritos neotestamentarios el tema fue mucho más debatido, como es el caso por ejemplo, de Hebreos o Apocalipsis. Ciertamente esto empezó a ser importante para tener claro cuál es el “Evangelio” en el que están reflejadas las “enseñanzas de los apóstoles”.

             Hay tres usos habituales de la idea de “comunión” que se pueden tener en cuenta, aunque no los desarrollo aquí: la idea de “comunión” entendida en sentido eucarístico, la “comunión de los santos” y la “comunión con alguien” en sentido positivo o negativo (sea “comunión con los herejes” o “comunión con los Pastores”, para citar ejemplos habituales en los Padres y el Magisterio).

            Sintetizo esto destacando que por “comunión” se entiende “sentir con”, vivir en “común” (y poner los bienes en común), de allí que esa “comunión” se pueda manifestar visiblemente (justa o injustamente) en la “comunión eucarística” expresión de la “comunión eclesial” por cuanto la comunión no es propiamente “con” ni “en” la Iglesia sino con Jesús y su Espíritu, aunque creemos que esa comunión se visualiza gratuitamente (= gracia) en la comunión eclesial. 

            Sin embargo, me permito señalar algunos elementos antes de dar nuevos pasos:

- Es notoria y pública la actitud de ruptura de san Jerónimo (santo e incluso “doctor” de la Iglesia) con muchos cristianos de su tiempo, aunque utilice el término “comunión” en muchos de sus escritos. Su animadversión con Orígenes, por ejemplo, es evidente en sus cartas. Esto provoca a Y. Congar a decir (a raíz de una consulta sobre el eventual doctorado de Teresa de Lisieux donde se refiere a las condiciones que se requieren para ser doctor de la Iglesia, entre las cuales afirma): “Se pide santidad. La suya [de Teresa de Lisieux] es evidente, cien veces más cierta que la de san Jerónimo...” [4]

- Podríamos señalar la actitud de la orden carmelita hacia Juan de la Cruz, encerrándolo en el Alcázar de Toledo, o incluso -ya muerta Teresa de Ávila- la decisión del nuevo superior -rigorista- de los Carmelitas Descalzos (Nicoló Doria) de desterrarlo a México cosa que no llega a concretarse por su muerte inminente, que lleva a Juan a afirmar que va a “Indias mejores”,[5] cosa que también hará Doria con el P. Gracián (amigo y confesor de Teresa), Ana de Jesús (luego enviada a Francia) y María de San José (en Lisboa) la que llegó a escribir: “no te engañen con decir / de otras nuevas perfecciones / huye desas invenciones / que te quieren destruir”.[6]

En este sentido, es muy importante recordar las últimas palabras de Teresa: “muero hija de la Iglesia”, que deben entenderse en el contexto de una Inquisición que miraba con lupa sus textos (¡no debe una mujer escribir!) y estaba a punto de ser excomulgada. Así, el dicho refleja que murió “antes de que los jerarcas que buscaban expulsarla, lograran su objetivo”.

- Leer las declaraciones de B. Héring [“Fe, historia, moral”, recopilado por Gianni Licheri, donde afirma que prefería los interrogatorios de la Gestapo a los del Santo Oficio] o el diario de Y. Congar [Journal s’un théologien (1946-1956) Cerf, Paris, 2001] también es ilustrativo en este tema.

- Un tema muy importante y significativo es la situación de Juana de Arco. El juicio, del que se conserva versión taquigráfica en francés antiguo, en el que se le impidió tener abogado siendo que era una mujer iletrada, giró en varios momentos en torno a sus “voces”. Los teólogos de la Universidad de París (recordar que el contexto es el de la guerra de los 100 años, y del Concilio de Basilea, en tiempos del “conciliarismo” en el que -según Sabonarola- los obispos de arrodillaban en el momento de decir “et in unam sanctam catolicam et apostolicam Ecclesiam”) le exigen a Juana sumisión a la Iglesia, lo que supone “por encima de sus voces”. 

“Interrogada sobre si estaba dispuesta a someter todos sus dichos y hechos, buenos o malos a la determinación de nuestra santa Madre Iglesia, respondió que en cuanto a la Iglesia, ella la ama y quisiera sostener con todo su poder la fe cristiana (...) E interrogada si se someterá a la determinación de la Iglesia ella respondió: “yo me someto a nuestro Señor que me ha enviado”.  
Luego se le hace una distinción entre la Iglesia triunfante y la Iglesia militante la cual no puede errar y está gobernada por el Espíritu Santo y es a esta a la que debe someterse, a lo que responde: “que ha venido al rey de Francia enviada por Dios, por la Virgen María y por todos los benditos santos y santas del paraíso de la Iglesia victoriosa de lo alto, y es a esa Iglesia a la que se somete...”[7]
            Es sabido, finalmente, que la condena definitiva y posterior ejecución a cargo de la Inquisición se debió fundamentalmente a su desobediencia a la Iglesia por vestir ropa de varón.
- Otro tema a destacar -para finalizar esta parte- es la ardua lucha de F. M. Lagrange -y luego otros muchos estudiosos- con gran parte de la curia romana buscando que se reconozca la lectura crítica de la Biblia, acusada de “modernista” a partir del Syllabus. Tanto Lagrange como muchos otros profesores de Sagradas Escrituras debieron exilarse, dejar de dar clases y ser sometidos -también ellos- a interrogatorios del Santo Oficio. [8] Basta ver las declaraciones de la primera Pontificia Comisión Bíblica sobre Gen 1-11, los géneros literarios de los Salmos, o la verdad histórica de los Evangelios, entre otros y en contraste con esto, la importancia dada -precisamente- a los métodos histórico-críticos en el presente tal como la nueva pontificia comisión bíblica recomienda y pide (1993).[9]

- positivamente
            Señalo simplemente un breve párrafo del Credo del Pueblo de Dios:
 
«Creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica. Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos y la legítima diversidad de patrimonios teológicos y espirituales, y de disciplinas particulares, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiesta ventajosamente» (Credo del Pueblo de Dios, Pablo VI n:2.6).


El desafío de la obediencia

            Ciertamente, un tema que se suele destacar como criterio para hacer referencia a la comunión eclesial tiene que ver con la obediencia. Para ilustrar esto, empiezo señalando tres importantes textos de Francisco de Asís. 

[1] Hermano León, tu hermano Francisco: salud y paz.
Te hablo, hijo mío, cómo una madre. En esta palabra dispongo y te aconsejo abreviadamente todas las que hemos dicho en el camino; y si después tienes necesidad de venir a mi en  busca de consejo, mi consejo es este:
Compórtate, con la bendición de Dios y mi obediencia, cómo mejor te parezca que agradas al  Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza.
Y si te es necesario para tu alma por motivo de otro consuelo y quieres venir a mi, ven, León. (Carta de Francisco a León)

[2] Pero, si el prelado le manda algo que esta contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone.
Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos mas por Dios.
Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene  verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma (cf.Jn 15,13) por sus hermanos. (Admoniciones 7-9).

[3] Pero si alguno de los ministros manda a un hermano algo en contra de nuestra vida o contra su alma, el tal hermano no este obligado a obedecerle, pues no hay obediencia allí donde se comete delito o pecado. (Regla no bulada, V.2)

            Ciertamente la “obediencia” es un tema importante. Pero, ¿qué se entiende por tal? Parece, en algunos aspectos estar en tensión con “libertad” y seguramente lo está. Si Cristo vino a “liberarnos”, pareciera que la libertad debe estar siempre en primer lugar. Pero la libertad no es solamente ser libres “de” sino también libres “para”, y es en este segundo punto donde quizás la obediencia tenga algo para decir. En la antigüedad era fácil que un esclavo cambiara de amo, con lo que era “libre de” uno, para ser “esclavo de” otro, con lo cual, la idea de ser libres “para ser libres” refuerza la idea de libertad (Ga 5,1). Señalemos brevemente que en la carta a los Gálatas -con justicia llamada “la carta de la libertad”- la importancia radica en ser “libres de la ley”, y la gravedad de volver a caer en la esclavitud de la ley (cosa que algunos pretenden de los gálatas, en un nuevo rompimiento de la comunión sellada en la “Asamblea de Jerusalén”) es -para Pablo- hacer “vana” la muerte liberadora de Cristo (2,21). La libertad no es caer -entonces- en una nueva esclavitud de la ley, con lo que es claro que no es a esta obediencia a la que Pablo se refiere.
            En Romanos, la obediencia es a la voluntad de Dios (de allí la contraposición Cristo - Adán en 5,12-21); en 10,19 es “obedecer al Evangelio” (cf. 2 Cor 9,13), cosa que al comienzo y final de la carta se resume como “obediencia de la fe” (1,5; 16,26); la “obediencia” a la autoridad de Pablo, debe entenderse precisamente en este sentido: en cuanto predicador de la Buena Nueva, pretende ser obedecido, pero si “él mismo o un ángel del cielo” predicara otro Evangelio, sea “maldecido por Dios” (= anatema; Gal 1,8). La obediencia -entonces- como la de Cristo, es una búsqueda de la voluntad de Dios (Fil 2,8). 


            Ciertamente no es otra cosa el Reino de Dios. Dios reina allí donde se busca y sigue su voluntad. De allí que siempre y en todo momento el punto de partida principal sea la búsqueda y el discernimiento de la voluntad de Dios. Es ésta la que nos hace libres, es en ésta donde se fundamenta la verdadera comunión.

            De aquí que el tema fundamental es siempre descubrir los criterios que nos permiten reconocer la voluntad de Dios. Ya Melchor Cano (1509-1560) señaló los “logi theologici” (los lugares teológicos, donde Dios y su palabra pueden encontrarse) destacando diez “lugares”, siendo -como es obvio- la Biblia el primer lugar. Es sabido que estos “logi” pueden ampliarse; ya Juan Pablo II señaló -en un congreso teológico en Polonia- “el martirio” como lugar teológico. 
            Si bien es cierto que puede correrse el riesgo -por sometimiento a la autoridad- de entender que el “Magisterio” es el primer lugar teológico, el mismo Concilio Vaticano II señala que la Sagrada Escritura y la Tradición que de ella nace y con la que forma un “único depósito” son los principales. Sin dudas “el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios sino que la sirve” (DV 10), cosa que también afirma Melchor Cano poniendo al magisterio recién en el tercer lugar.
            Para sintetizar, es evidente que la obediencia es fundamental para gestar la comunión. Pero puesto que la comunión es en “la enseñanza de los apóstoles”, que es “obediencia al Evangelio”, que es recepción y aceptación del Reino de Dios, ciertamente la obediencia cristiana no es “obediencia debida”. Frases como “prefiero equivocarme con el superior antes que acertar sin él” o que “el que obedece no se equivoca”, frecuentemente repetidas en algunos ambientes eclesiásticos, sólo sirven para engendrar mentes pequeñas, espíritus sumisos y cristianos incapaces de dejar huellas en la comunidad eclesial (por no hablar de neurosis y otras patologías). Algo semejante ocurre con frases como “Ubi episcopos, ibi ecclesia” (frase con frecuencia atribuida erróneamente a Ignacio de Antioquía) , idea sacada habitualmente de su contexto, el cual es señalar al obispo como garante de la unidad, no como “lugar” sine qua non, de allí que G. Sabra propone que Tomás de Aquino invierte el dicho destacando que “ubi ecclesia, ibi episcopus”. [10] 

El magisterio y la conciencia
            Para terminar esta reflexión algo desordenada, una nota fundamental sobre la “conciencia”. Ya señalamos que Francisco decía que se debe “obedecer” salvo que “el alma” no esté convencida de ello, o esté en contra. Es evidente que en estos casos “alma” es semejante a “conciencia”.

            Es interesante el planteo de Pablo sobre la “conciencia” en 1 Cor 8 y 10. Allí el apóstol no tiene dificultades en decirles a los “fuertes” (el término no se encuentra aquí, sí en Rom 15,1 en un contexto quizás semejante) que “tienen razón”. Lo que ellos plantean es claramente “ortodoxo”: “no hay más que un sólo Dios” por lo que los ídolos no existen y comer lo ofrecido a los ídolos no significa nada. “Pero” (y este es el punto principal), “tu hermano débil” (este término sí se encuentra, y es particularmente importante en la teología paulina, especialmente en las cartas a los corintios) no tiene ese conocimiento (gnôsis), con lo que su “conciencia” que “es débil” se mancha. De allí que destaque que quien cree no pecar de idolatría, sí peca contra Cristo por escandalizar a su hermano débil. Con ironía Pablo dice que el que no cree en los ídolos “edifica” a su hermano débil a la idolatría por su conciencia (8,10). No es la “ortodoxia” sino la “ortopraxis” lo que Pablo propone, y la razón es la conciencia débil.

            En el medioevo, el tema se planteó con claridad: ¿cómo obrar en caso de contradicción entre el imperativo del orden objetivo y la conciencia errada? La escuela franciscana, siguiendo a Agustín sostiene que de ninguna manera ha de obedecerse la conciencia; pero Tomás de Aquino -particularmente en la Summa Theologiae- sostiene que la norma última de la moralidad, la intérprete de la norma que reposa en Dios, es la conciencia (I/II q.19 a.3-6). Si la obediencia debe buscar -conciente o inconscientemente- la voluntad de Dios, y seguirla es el fundamento de la “comunión”, no hay dudas que esta supone obedecer la conciencia (aunque sea errónea), que no sólo está por encima del Magisterio sino-según Tomás- aún por encima del Evangelio.

            Más adelante, siguiendo el tema, así lo afirma el Concilio Vaticano II:

            En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente.
            La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo.
            La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad.
            No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado”. (GS 16)


            Y en esta misma linea, agrego un conocido e importante texto -comentando precisamente el concilio- de J. Ratzinger:

            "Aún por encima del Papa como expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última."[11]

            Quisiera notar un elemento importante en este último texto: el totalitarismo es siempre una tentación. Particularmente probable en una institución que pide “obediencia”, y que remite a Dios como fundamento de su autoridad. ¿Cuál es el reaseguro, la garantía, el resguardo de la persona humana? Precisamente la conciencia. No se trata de mantener permanentemente la conciencia en el “error”, -eso es evidente- pero es precisamente la conciencia el reaseguro de que obedeciendo (o no), se está siguiendo -conciente o inconscientemente- la voluntad de Dios.[12]

            Esto es importante para evitar repetir graves errores. A modo ilustrativo señalo uno de los más graves, y ciertamente extremo. El texto de Lc 14,23: “oblígalos a entrar hasta que se llene mi casa” fue utilizado en muchos momentos de la evangelización española a los indígenas americanos para ejercer violencia sobre ellos obligándolos a recibir el bautismo. Además de la razón claramente económica subyacente (el oro, razón tan clara y firmemente denunciada por Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas), me detengo en la violencia que significa “imposición”.

            Sin duda alguna, una visión más semítica que helénica de términos como “verdad” y “poder” (= debilidad) sería muy útil en la comprensión de todo esto.


A modo de Conclusión


            El obispo Luis está preocupado por la comunión. Esta preocupación me parece muy importante y creo que todos, obispo, curas, religiosos/as y laicos/as debemos trabajar por alcanzarla. Sabiendo que no somos “ángeles”, y la plena comunión será alcanzada en la “comunión de los santos”, pero poniendo todo lo que esté a nuestro alcance por lograrla.

            Pero comunión no es corporativismo, como obediencia no es obsecuencia. Remitiendo a la imagen paulina del cuerpo y los miembros, que es clara expresión de “unidad y diversidad”, es evidente que el ojo contribuye a la comunión siendo ojo, y la mano, siéndolo. Si todo fuera mano “¿dónde estaría el cuerpo?”

            Recuerdo -en este momento- la figura señera del padre obispo Jorge Novak. Nunca pretendió ni quiso romper la comunión “episcopal”,[13] pero eso no le impidió -a diferencia de la gran mayoría de los obispos argentinos- tomar clara postura en favor de los Derechos Humanos. ¿Quién rompía en ese caso la comunión eclesial, el defensor de los Derechos Humanos o los cómplices de sus violaciones? Ciertamente esto fue duro para el Obispo, y volvía con mucho dolor de más de una Asamblea Plenaria (recuerdo haberle oído en un caso decir: “ser obispo es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo”). Pero no creo que Jorge Novak haya roto la comunión eclesial. Si la Conferencia Episcopal pidió perdón (tibiamente, debo decirlo) a la sociedad, eso muestra claramente que fue Novak y no el “cuerpo episcopal” quien fue fiel al Evangelio, al reino, a la voluntad de Dios, y -por tanto- a la comunión eclesial. El pueblo de Dios le quedó y queda agradecido. Con esa comunión eclesial quiero seguir colaborando.


Eduardo de la Serna
4 de septiembre de 2010
Este texto fue elaborado después que el obispo emérito de Quilmes, Luis Stöckler, a raiz de un cambio de opiniones, y un cierto desacuerdo de algunos miembros del clero tenían con lo que otro grupo de curas habíamos planteado. Esto motivó el pedido de "colaborar con la comunión" que suscitó este trabajo, luego pueblicado en Vida Pastoral con ligeros cambios.

notas

[1] J. Zmijewski, Atti degli Apostoli, ed. Morecelliana, Brescia 2006, 209.
[2] C. K. Barrett, Acts (ICC) I-XIV, ed. T&T Clark, Edinburgh 1998, 164.

[3] R. I. Pervo, Acts (Hermeneia), ed. Fortress Press, Mineapolis, 2009, 92.

[4] Lettre du Père Yves Congar à Mgr. Gaucher (17 de junio 1989) en Vie Thérésienne, Supplément trimestrel a Thérèse de Lisieux, Avril-Mai-Juin 1992, Nº 126, p. 332.

[5] Carta al P. Juan de Santa Ana, 1591.

[6] Texto que se encuentra en la página web de la Orden Carmelita descalza; (http://www.carmelitasdescalzos.com/upload/ficheros/30120071222095231doc.pdf; en pp. 126-152; pueden verse abundantes textos de María, Ana y Gracián sobre esto en este mismo lugar); los movimientos de Doria se vieron favorecidos por la estrecha relación entre Felipe II y el Papa Sixto V -y el acompañamiento del nuncio Speciano- con lo que aquel logró la aprobación de iniciativas que los estrechos colaboradores de Teresa consideraban contrarias al espíritu de la Santa.
[7] Procès de Condamnation de Jeanne d’Arc. Edité par la Societé de l’Histoire de France. Texte établi et publié par P. Tisset, París, Libr. C. Klincksieck, 1960, p. 165-167 (correspondiente a los Folios 140-143 del manuscrito del juicio).
[8] Puede verse P. Grelot, Los Evangelios y la historia, Herder, Barcelona 1987, 28-72 (sobre Lagrange, pp. 40-44); G. M. Nápole, “Marie-Joseph Lagrange, op y la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén”, Proyecto 12 (36) [Semillas del siglo XX] (2000), 96-112.
[9] Los temas y textos de la primera Comisión Bíblica pueden verse en A. Robert - A. Tricot, Initiation Biblique, Desclée & Co., Tournai 1948; p. 980 s/v “Commision biblique”; cf. J. Mejía, “La primera y la segunda comisión bíblica”, en J. L. D’Amico - E. de la Serna (coords.), “Donde está el espíritu, está la libertad”. Homenaje a Luis H. Rivas con motivo de sus 70 años. Profesores de Sagradas Escrituras, ed. San Benito, Buenos Aires, 2003,  25-33.
[10] G. Sabra, Thomas Aquinas’ Vision of the Church: Fundamentals of an Ecumenical Ecclesiology, Mainz, M. Grünewald Verlag, 1987, p. 117, citado por C. T. Baglow, “Modus et Forma”. A New Approach to the Exegesis of Saint Thomas Aquinas with an Application to the Lectura super Epistolam ad Ephesios (AB 149), Pontificio Istituto Biblico, Roma 2002, 146-147.
[11] Joseph Ratzinger, en H. Vorgrimler (ed.). Commentary on the Documents of Vatican II. New York, Herder. 1967 vol. V., p. 134.

[12] Al referir a quienes siguen Ainconscientemente@ la voluntad de Dios tengo en mente aquellos a quienes K. Rahner llamaba Acristianos anónimos@, esto es, aquellos que aún sin saberlo ellos mismos, estaban siguiendo la voluntad de Dios, y vivían fieles al Evangelio.

[13] Aprovecho para señalar que es peligrosamente corporativo hablar de Acomunión episcopal@ o Acomunión presbiteral@; la comunión es Aeclesial@ en la que todos, laicos, religiosos, presbíteros y obispos tienen responsabilidad de vivir y buscar la comunión.