lunes, 23 de junio de 2014

Pedro en los Sinópticos



La presentación de Pedro en los Evangelios sinópticos (*)




Eduardo de la Serna




Es evidente que uno de los temas que separan a la Iglesia Católica romana de las iglesias hermanas lo constituye el “tema Pedro”. El mismo papa Juan Pablo II dijo:



Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (Ut Unum Sint 95). 



Sin embargo, resulta evidente que, tanto para la Iglesia Católica romana, como para las demás comunidades cristianas, el “ministerio petrino” ha de pensarse indudablemente a partir de Pedro. No sólo del “Simón de la historia”, sino también del “Pedro de la fe”, usando con cierto humor terminología clásica. Lo que cuenta es ver qué dicen de Pedro los diferentes textos de la Alianza cristiana (= NT). O tomando prestado el título de la clásica obra de Gerhard Lohfink, ver “el Pedro que Jesús quería”. ¿Qué dicen de Pedro los escritos del NT? ¿Cómo lo piensan? (si es que hay un “tema Pedro” en ellos). 



Analizar todo el NT es un trabajo intenso que daría cabida más a un libro que a un artículo.[1] En otro lugar hemos trabajado –por ejemplo- la figura de Pedro en los escritos paulinos.[2] Con la intención de aportar en ese sentido, nos detendremos en estas páginas a mirar la figura de Pedro en los Evangelios sinópticos; el Evangelio de Juan –como es sabido- tiene una particular diferencia, también en el “tema Pedro”, que ameritaría un comentario propio. 



Por otro lado,  señalemos algunos aspectos previos para no alentar expectativas que no se verán realizadas. Al hablar de Pedro en los Sinópticos no estamos hablando “del Papa” por cierto; y pretenderlo sería hacer lo contrario de lo que creemos debe guiarnos. Es válido, por cierto, “buscar” un tema o inquietudes en las Escrituras, pero es peligroso hacerlo buscando con la esperanza de que diga lo que queremos que diga. En el terreno ecuménico esa actitud ahondaría las diferencias más que ir a buscar honestamente lo que tenemos en común y dejarlo “hablar” a nuestros tiempos. Pensar que cada vez que el NT habla de Pedro está hablando del Papa es de un anacronismo grave; podemos decir sin dudarlo que ¡nunca! habla del Papa. Otra cosa es afirmar que el papado se remite a Pedro, pero es distinto. Por otro lado, tampoco nos detendremos en exégesis intensas, a pesar que algunos textos lo merecerían, lo que no implica que las ignoremos. En muchos textos las opiniones de los estudiosos son muy variadas, y a veces hasta contrapuestas (y no por motivos confesionales en la mayoría de los casos), y sería más académico de lo que acá es necesario.  Con estos presupuestos miremos qué dicen de Simón / Pedro los Evangelios sinópticos.



Pedro en Marcos




Es curioso que mientras la tradición histórica remite particularmente el Evangelio de Marcos a la figura de Pedro,[3] hasta el punto en que algunos prácticamente lo llaman el “Evangelio de Pedro”,[4] muchos autores contemporáneos –y no sin fundamentos- afirman que este Evangelio es “anti-petrino”.[5] Pero es razonable mirar los textos y dejarlos “hablar” antes de sacar conclusiones. 



Es interesante que salvo una vez (14,37; única vez –por otra parte- en boca de Jesús) es llamado Simón hasta el momento en que se habla de la elección de los Doce y se dice que “Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro” (3,16), y a continuación, siempre que se lo menciona, el Evangelista lo llama Pedro. Pero debemos notar que en el mismo texto afirma que a “Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago (les) puso por nombre Boanerges, es decir hijos del trueno” (v.17) mientras que más adelante no se los vuelve a llamar con ese nombre (cf. 10,35). Es posible que para Marcos el (sobre)nombre le fuera puesto –entonces- en el preciso momento de la elección de Doce, cosa que permite concluir el uso del verbo en aoristo (epethêken, “puso”). Sin embargo nada justifica el cambio de nombre en el Evangelio, no hay motivación que la explique. Algunos autores piensan que la razón original remite a la “piedra preciosa” [6] (cf. Is 28,16; 1 Pe 2,4.6) pero eso escapa a nuestro trabajo. 



Es interesante notar que hay algunas veces en las que Simón / Pedro interviene con alguna pregunta dirigida a Jesús pero este “les” responde a todos, como dejando claro que aquel actúa como vocero de los Doce (cf. 1,36.37; 10,28.29; 11,21.22; 14,37.38). Hay otras ocasiones en las que la respuesta también es plural pero el accionar o decir de Pedro parece específico (8,29.30; 9,5.6; 14,29; 16,7). Hay algunas veces en las que se alude a un pequeño grupo más cercano a Jesús conformado por Pedro, Santiago y Juan (5,37; 9,2; 14,33; grupo al que se añade Andrés en 13,3; cf. 1,29; no se ha de omitir la importancia de que en todos los casos y listas –en Marcos y fuera de él- Pedro es nombrado siempre en primer lugar; Lucas modifica el orden de Juan y Santiago al mencionar el pequeño grupo). Y hay algunos textos en los que la relación con Pedro es particular (8,32-33; 14,54.66-72).

Si miramos cómo está estructurado el Evangelio de Marcos podremos vislumbrar con más detalle la figura de los discípulos en general y de Pedro en particular. 



El título de la obra destaca que quiere presentar a Jesús como “buena noticia”, y a Jesús confesado como “Mesías” e “Hijo de Dios” (1,1). Toda la primera parte del libro confluye en 8,29 donde Jesús pregunta algo que ya se venía vislumbrando (“¿quién es este?”, cf. 4,41; 6,14-16), ¿quién dice la gente que soy?, ¿qué dicen ustedes? (8,27-28) a lo que Pedro responde con la primera confesión del título: eres “el Cristo”. Pero esto no basta, Jesús deberá, a continuación, aclarar qué tipo de Cristo es, y para eso toda la segunda parte de la obra empieza a girar en torno a la cruz. Es allí precisamente donde sin signos evidentes un centurión dirá que este “era el Hijo de Dios” (15,39) completando lo anunciado en el título. Pero en toda esta segunda parte en la que Jesús (= Marcos) quiere precisar el tipo de mesianismo que quiere presentar, es remarcable que los discípulos que caminan con él se caracterizan por no comprenderlo. Y el primero de ellos es Pedro (8,32a-33) y más tarde serán también “los hijos de Zebedeo” (10,35-40), precisamente ese pequeño grupo que lo acompaña más de cerca. Más tarde, llegados a Jerusalén, estando en el Templo los discípulos desaparecen de la escena en los momentos de conflicto (11,27-12,44), y ya entrando en los últimos días de su vida serán miembros del mismo grupo de los Doce los que lo abandonarán con traiciones o negaciones. Si hemos de buscar discípulos modelo en esta segunda parte hemos de encontrarlos en el ciego de Jericó (10,52) y en Simón de Cirene (15,21) y quizás también en la viuda pobre que pone unas moneditas en el tesoro (12,41-44). Hemos de decir que especialmente en la segunda parte del Evangelio, la mirada sobre los Doce –y por tanto también sobre Pedro- es bastante crítica. Pero sin embargo, el joven que anuncia a las mujeres que “el crucificado ha resucitado” les dice “vayan y digan a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea” (16,7). Se ha pensado que con esto Marcos alude a la tradición que afirma que el primero a quién se apareció el resucitado es a Pedro (cf. 1 Cor 15,5; Lc 24,34), es posible, pero es evidente –a su vez- que Marcos quiere omitir expresamente toda referencia a las apariciones. 



Sin dudas que lo particularmente negativo de Pedro está dado por el rechazo al anuncio de la cruz (8,32a-33) y sus negaciones (14,66-72, cf. v.54), precisamente los textos que –como hemos señalado más arriba- son dedicados específicamente a Pedro en el Evangelio. Sin embargo, como hemos dicho, aunque Pedro sea el destinatario de esas unidades, vimos que todos abandonan a Jesús, no solamente Pedro (14,50). Es cierto que Pedro lo niega y –como es propio en Marcos, amante del número tres- lo hace tres veces, y cada vez más gravemente: empieza con “lo negó” pero finaliza con “insultos y juramentos”. Pero esta escena no puede despegarse del “llanto” de Pedro, con lo que concluye. El llanto en general es la expresión del dolor ante la muerte (Mc 5,38.39) pero también es signo de arrepentimiento (cf. Lc 7,38). El otro texto, el rechazo al anuncio de la cruz con el que Jesús especifica qué tipo de Mesías es, como vimos también está en conexión con la incomprensión de Santiago y Juan (10,35-41) y de todos los discípulos en general (9,33-34). Es cierto que Pedro es el primero y que antes de la corrección habitual al malentendido (8,34; 9,35; 10,43) hay una fuerte confrontación llamándolo “Satanás” (8,33). Pedro se pone delante de Jesús impidiéndole “ver” y Jesús le pide que salga de delante de él (“ponte detrás de mí”) y que de esa manera vuelva a ser discípulo cosa que ha rechazado al ponerse delante en lugar de “seguir” al maestro.



La centralidad de la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús, ¿quién dicen ustedes que soy? (8,27-30), ha merecido muy diferentes comentarios. Desde aquellos que afirman que la confesión de Pedro es negativa (anti-petrina) hasta quienes afirman que es positiva (pro-petrina). [7] Es difícil sostener la primera si tenemos en cuenta que –como se dijo- el Evangelio se ha escrito para que se reconozca a Jesús como “Cristo” e “Hijo de Dios” (1,1) y que ante la pregunta del Sumo Sacerdote si es “el Cristo, el Hijo del Bendito”, Jesús afirma “sí, lo soy” (14,61-62). Pero también es imposible ignorar las críticas a la persona de Pedro que hemos señalado. 



No hay acuerdo entre los estudiosos si el Evangelio fue escrito en Roma o en Siria, pero no se duda del clima de persecución o conflicto, sea a causa de la llamada “persecución de Nerón” o el contexto de la “Guerra Judía”, lo cierto es que la comunidad se encuentra en situación de crisis. Todos los abandonan, y hasta Dios parece que se desentiende de su suerte de martirio. Marcos, entonces, quiere presentar a su comunidad un Jesús que se identifica plenamente con ellos en el sufrimiento. Un Jesús que cada vez es más incomprendido y abandonado. El autor, entonces quiere mostrar esa Buena Noticia de Jesús, un Jesús que sólo en la cruz es comprendido plenamente. Mientras tanto, entre incomprensiones, Jesús quiere mostrar a los suyos su camino. Las comunidades de otras regiones se remiten a otros discípulos como sus “padres”, pero no pueden comprender lo que la comunidad de Marcos está padeciendo, o se desentienden. Quizás a esto se refiera al señalar que los otros discípulos no pueden entender los anuncios de la cruz que caracterizan la primera parte del segundo bloque de Marcos. Es probable que Marcos esté señalando que del mismo modo que los discípulos no comprendieron el anuncio de la cruz que les hacía Jesús, así sus comunidades ahora no entienden la cruz que la comunidad de Marcos está padeciendo. Al Hijo de Dios sólo se lo reconoce en la cruz, y mientras tanto, todo es incomprensión. Pero ante la cruz la confesión de fe es plena y entonces, los discípulos, especialmente Pedro, reciben –o mejor, deben recibir- el anuncio –que por temor las mujeres no les comunicarán- de que el resucitado se encontrará con ellos en Galilea. Este final positivo con la explícita referencia a Pedro hace difícil comprender el Evangelio como “anti-petrino” como se ha propuesto. Esto no quita que Pedro –como los demás, de los que es vocero- no comprenda plenamente, y requiera a lo largo de toda la segunda parte del Evangelio, que Jesús le explique que si bien es cierto que es “el Mesías”, se trata de un Mesías que solamente es comprendido bien en la cruz, y que es ese crucificado el que ha resucitado. Con justicia –creemos- se acaba de proponer que Marcos presenta a Pedro en tres subsecuentes re-llamados [recall] (1,16-18; 8,27-30; 16,7) que van reformulando el mesianismo a la luz de la pasión y terminan proponiendo a Pedro, ya martirizado, como modelo para los amenazados de muerte en la comunidad romana.[8]



El Evangelio de Lucas




En el evangelio de Lucas la figura de Pedro no aparece tan desarrollada como en los otros sinópticos, quizás porque le reserva a su figura toda la primera parte de los Hechos de los Apóstoles. En estas páginas nos detendremos solamente a la primera obra de Lucas, su Evangelio. Como en el Evangelio de Marcos nos encontramos con textos en los que Simón / Pedro actúa como vocero de los Doce (8,45; 12,41; 18,28), como parte del pequeño grupo más cercano a Jesús (8,51; 9,28), y en textos que le son propios. Entre estos podemos destacar la llamada “pesca milagrosa” (5,1-11), el anuncio de que Satán solicitó “sacudirlos” (plural) como el trigo (22,31) y el reconocimiento de los Once y otros que el resucitado se apareció “a Simón” (24,34). Es interesante que en estos tres casos que son propios de Lucas, Pedro sea llamado “Simón”. Incluso, si bien es cierto que la que suele llamarse “confesión de fe de Pedro” no ocupa en Lucas la centralidad que vimos tiene en Marcos, no se ha de descuidar que eso ocurre después que Jesús estaba a solas en oración (9,18), algo que es característico en Lucas de los momentos importantes de su evangelio (cf. 3,21; 6,12; 9,28; 11,1; 22,41).



Lucas altera lo que ha recibido en el principio de Marcos dándole un sentido más razonable. La curación de la suegra de Simón, y la predicación acompañada de un milagro preceden al llamado y la respuesta de seguimiento de Pedro. Jesús no predica en “una barca” cualquiera (Mc 4,1) sino en la barca de Simón (5,3). Aunque hay otros personajes en la escena (5,6.7) es a Simón al que le dice que “navega mar adentro” (Pedro responde en plural: “no hemos…”), es Pedro el que reacciona (“soy un pecador”) y es a Pedro al que Jesús dice que “serás pescador de hombres” (5,1-11). La semejanza con el texto de Juan (Jn 21,4-11) invita a pensar que el relato es originalmente post-pascual, pero no nos detendremos en esto (la casi totalidad de los textos que aluden a Pedro en los Evangelios tienen fuerte apariencia de ser post-pascuales). Es cierto que la personificación centrada en Pedro en este relato alude a los restantes compañeros incluyéndolos: son todos los testigos los que “dejándolo todo lo siguieron” (v.11). 



La escena en la que Satanás pide poder sacudir a los discípulos y la intercesión de Jesús “por ti” nuevamente centraliza en Simón lo que parece originalmente dicho para todos (22,31-32). Pero esta unidad no puede desentenderse del relato lucano de las Tentaciones y el rol de Satanás en este evangelio. El diablo tienta allí a Jesús, y superada “toda tentación, el diablo se alejó de él hasta el tiempo oportuno” (4,13). En cierta manera el ministerio de Jesús es una confrontación entre dos reinos, el de Dios y el del diablo (cf. 4,5-6), de allí que la predicación de los setenta y dos enviados provoque que Satanás caiga del cielo como un rayo (10,18) y que una curación sea vista como desatar lo que Satanás tenía atado desde hace tiempo (13,16), sin embargo –y prestando especial atención al tema del tiempo, que es tan propio de Lucas- este “tiempo oportuno” para que Satanás reincida es ciertamente la pasión. Precisamente en la cena “Satanás entró en Judas” (22,3) y allí Satanás pide (¿a Dios?) poder sacudir a los apóstoles (22,31). Sin dudas de este modo interpreta Lucas la traición de Judas, el abandono de todos, y las negaciones de Pedro de quien expresamente se afirma que “volverá ” (v.32). Satanás tampoco aquí pudo vencer, y Pedro confirmó a sus hermanos como se manifiesta claramente en Hechos de los Apóstoles. El verbo “volver” (epistréfô) puede referirse a simplemente volver de un lugar a otro (2,39), a alguien que “vuelve” (8,55; 17,31) pero también a la conversión (1,16.17; 17,4) que es lo que parece ser el sentido en esta ocasión. “Confirmar”, por su parte, se encuentra solamente en Lucas en los Evangelios, Jesús “confirma” su decisión de “subir a Jerusalén” cuando se “cumplían los días de su asunción” (9,51; texto que –como es sabido- constituye un eje del Evangelio en el que Lucas comienza la segunda gran parte de su Evangelio, el Viaje de Jesús). En 16,26, la parábola del rico y el pobre Lázaro, el abismo entre el lugar del consuelo y el del tormento está “establecido” de modo que no se pueda pasar de un lugar a otro. Pablo “ansía” colmar a los romanos con el Evangelio (1,11; 16,25), Timoteo es enviado a Tesalónica para “confirmarlosang1034 ” en la fe y Pablo espera que se “confirmen” en santidad los corazones (1 Tes 3,2.13). La confirmación de Pedro a sus compañeros luego de su conversión alude sin duda a que luego de la Pasión, en la que todos fueron sacudidos, su fe no ha desfallecido gracias a la oración de Jesús, y Pedro tiene la responsabilidad de “confirmar” a sus compañeros, cosa que Hch 1-15 destacará, como hemos dicho; como animación de las comunidades, cosa que otros –como Judas y Silas- también harán (15,32). Esa oración de Jesús, tan propia de Lucas (el verbo déomai se encuentra sólo una vez en Mateo, en un texto Q y luego sólo en Lucas en los evangelios: 8 veces, y 7 en Hechos) aunque salvo este texto, el sujeto que “pide” son otros, para la oración de Jesús Lucas suele usar proseújomai. Sin duda que esa vuelta de Pedro alude a algo post-pascual, y la confirmación hace referencia a la exhortación, a la dinámica misionera de la comunidad.



En 24,34 Lucas hace explícita referencia a algo que ignoramos si nos guiamos por los restantes evangelios, y es una aparición del resucitado a Simón. Sabemos de ella también por 1 Cor 15,5 donde Pablo cita algo que ha recibido. Es sabido que Lucas ha elaborado los relatos post-pascuales para centralizar todo en torno a Jerusalén; de allí que los discípulos no han de ir a Galilea para encontrarse con el resucitado (Mc 16,7) sino que deben “recordar lo que dijo cuando estaba en Galilea” (24,6). Como Lucas concentra todo (resurrección, apariciones del resucitado y ascensión) en el mismo día domingo, los acontecimientos se agolpan y aprietan. Así entre que Pedro va al sepulcro y no ve nada salvo las vendas (24,12), y el encuentro del caminante con los peregrinos de Emaús (24,13-33), ha de haber ocurrido la aparición a Pedro mencionada en 24,34. Curiosamente, además, Jesús todavía no se ha aparecido a los Once, pero ellos ya hacen referencia al encuentro con Simón; es a continuación de esto que se les aparece a los Once y a los (y las) que estaban con ellos. La condensación (y quizás la fuente de la que Lucas abreva, quizás la misma de Pablo ya que hay términos semejantes [resucitado… y… se ha dejado ver por Simón / Kefas]) hace que no haya referencia alguna al tipo de “aparición” (puede traducirse por “se dejó ver”, ôfthê). Es posible que el dato simplemente se direccione a preparar el rol central de Pedro en Hechos como ya hemos señalado. En otra ocasión hemos dicho que el final de Lucas conforma un gozne con el comienzo de Hechos siendo este a su vez el programa de toda la obra.[9]



El Evangelio de Mateo




En Mateo el uso del nombre Simón es más limitado, quizás porque en la comunidad conocían otros, lo cierto es que cada vez que se lo llama por este nombre se aclara inmediatamente “Pedro” (4,18; 10,2; 16,16 salvo cuando lo ha señalado antes 16,17; 17,25), su preferencia es claramente Pedro. Así como en Marcos, hay referencias a Pedro en el contexto de los otros compañeros, como su vocero (15,15; 18,21); del mismo modo Mateo reduce las escenas en las que Marcos hace referencia al pequeño grupo de tres más cercanos a Jesús a solo la Transfiguración (17,1). Lo interesante es que no solamente omite preguntas de Pedro de Marcos sino que añade estas que hemos señalado, como señalando algo de la enseñanza halákica que Pedro necesita recibir de Jesús. Es Jesús el que guía a Pedro para decir una palabra a la comunidad sobre temas concretos de la vida: el perdón y los alimentos. Sin embargo, hay tres escenas propias de Mateo que merecen un comentario: Pedro camina sobre las aguas como Jesús, la mención de Pedro como “piedra” y el pago del tributo al Templo sacado de boca de un pez. Pero antes de mirar estos tres textos notemos un dato importante: estos, y otros con referencia a Pedro (los dos textos mencionados como propios que hemos señalado más arriba y también la transfiguración) se encuentran en la misma unidad del Evangelio. Veamos:



Con frecuencia se destaca que Mateo tiene el cuerpo de su evangelio estructurado en torno a 5 discursos que concluyen cada uno con la misma fórmula: “y sucedió que cuando acabó Jesús...”, cf. 7,28; 11,1; 13,53; 19,1; 26,1). Esto permite ver el Evangelio como estructurado en 5 tomos con una parte narrativa y otra discursiva cada una que se relacionan entre sí: 



·         (I) el comienzo de la predicación de Jesús [3,1-7,29]

·         (II) la fuerza del reino [8,1-10,42]

·         (III) el misterio oculto y revelado [11,1-13,52]

·         (IV) la organización del reino [13,53-18,35]

·         (V) la consumación del reino [19,1-25,46]



Hay temas que se interconectan narrativa y discursivamente. En este caso, el término “iglesia” que sólo se encuentra aquí en todos los Evangelios, está en la parte narrativa (16,18) y la discursiva (18,17) de este tomo IV (13,53-18,35). Es, evidentemente, un bloque eclesial, y es en este que la figura de Pedro ocupa un rol de importancia, aquí se encuentran los textos mencionados. Sin duda al preguntarnos por la figura de Pedro en este Evangelio, esto no puede soslayarse.



El acontecimiento en la barca (14,22-33) conserva cierta semejanza con el texto de la tempestad calmada (8,23-27): no solamente –como allí- se trata de una sola barca (cf. Mc 4,36), también se hace mención al miedo, el título “Señor”, el viento y el mar, la referencia a la “poca fe”, y la confesión de fe conclusiva (en este caso “Hijo de Dios”, que será importante en la próxima escena que comentaremos). En cierto modo la escena tiene ambigüedades, por un lado hay una confesión de fe, de los discípulos y también de Pedro (“Señor”), pero también se lo menciona a Pedro (y en el texto paralelo se menciona a todos los discípulos) como gente de “poca fe” (el término “oligopistós” se encuentra una vez en Lucas, un texto Q, y luego solamente en Mateo, siempre referido a los discípulos, lo que contrasta con la fe “grande” de otros dos personajes del Evangelio: un pagano y una pagana -¡mujer!- 8,10; 15,28). Algo parece decir Mateo de la fe de Pedro (y de los discípulos). La duda, por otra parte, es propia de “g1034 algunos” discípulos (28,17; únicas dos veces en el NT) y hace referencia a la fe. La “orden” que Pedro pide para ir hacia Jesús por el agua es imperativa, se supone una autoridad (14,9; 18,25; 27,58.64). Es la autoridad de Jesús la que cuenta y la que logra que también Pedro camine sobre las aguas. Y es Jesús el que lo rescata (“salva”) cuando se está hundiendo.



La escena en la que Pedro confiesa a Jesús como el “Mesías, el hijo de Dios vivo” y sus consecuencias (16,13-23) es uno de los textos más comentados en los diálogos ecuménicos y las interpretaciones son muy variadas.[10] Lo llamativo es –especialmente- lo que Mateo ha añadido al texto de Marcos. No se trata en este caso de la confesión de fe, que –como vimos- es central en Marcos, ya que en Mateo ha habido otras anteriores (como la de los discípulos luego de la caminata de Pedro sobre las aguas, por ejemplo, 14,33; cf. 9,27; 12,23; 15,22, “hijo de David”). En este caso, al título “Cristo” se añade la referencia a “Hijo de Dios” como ya habían confesado anteriormente los discípulos. La novedad en este caso es la reacción de Jesús (16,17-19). Pero no termina aquí la referencia a Pedro ya que ante el malentendido de Pedro, Mateo también añade lo que Pedro le dice a Jesús (v.22b), y una referencia al escándalo que Pedro significa para Jesús (16,23c), algo dicho solamente a Pedro y no a todos (comparar Mc 8,33 y Mt 16,23a); ambas escenas parecen demasiado paralelas como para detenerse solamente en una de ellas:






Primera parte (16,15-19
Segunda parte (16,21-23)
Respuesta de Pedro a la intervención de Jesús
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”
“¡Lejos de ti, Señor, de ninguna manera te sucederá eso!”
Reacción de Jesús
“Replicando, Jesús le dijo”
“Pero él, volviéndose dijo a Pedro”
Nuevo nombre de Simón
“Pedro”
“Satanás”
Dicho humano
“no te ha revelado esto la carne ni la sangre”
(pensamientos) “sino de los hombres”
Dicho divino
“sino mi Padre que está en los cielos”
“Tus pensamientos no son los de Dios”
Referencia a una “piedra”
“sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”
“escándalo eres para mí”



La bienaventuranza que Jesús dirige a Pedro está causada por la revelación (apekálypsen) que Dios le ha hecho. Sobre la referencia a que Simón es “hijo de Jonás”, cf. el texto semejante de Jn 1,42. El nombre “Pedro” es traducción del arameo “Kefa” donde el juego de palabras “Pedro / piedra” se percibe más claramente.[11] La frase tiene varios semitismos además de éste (carne y sangre, puertas del Hades, atar y desatar) y también elementos propios de Mateo (Padre del cielo, “piedra... edificar” [cf. 7,24]). La novedad más importante está en el uso del término “iglesia” que –como hemos dicho- no se encuentra jamás en los evangelios salvo en este texto y en 18,17, que conforman la misma unidad. No interesa en este lugar remitirnos al Jesús histórico y si pensó o quiso “una Iglesia”; [12] como muchos otros textos, el contexto tiene mucha apariencia post-pascual, lo que nos interesa es su lugar en Mateo. 



A fin de entender más plenamente el rol de esta “piedra” es importante notar lo que dice a continuación: la referencia a las llaves y a atar y desatar (v.19). Un tema importante para la comprensión de esta metáfora es si se trata de la misma idea bajo dos imágenes, o si se trata de dos imágenes diferentes, es decir, si abrir-cerrar (= llaves) es paralelo a atar-desatar, o si –por el contrario- son dos aspectos diferentes (y –quizás- complementarios). Esto último, atar-desatar, está dicho también de los miembros responsables de la comunidad en 18,18, el mismo contexto donde también volvemos a encontrar el término ekklesía. [13] No puede ser azaroso. Sin dudas esta responsabilidad de “atar y desatar” está dicha a todos los responsables de la comunidad de los que Pedro es su vocero. La diferencia en su caso –al menos no está dicho de los demás en el texto correlativo- viene dada por la referencia a las llaves. ¿Es alusión a “abrir-cerrar” que –a su vez- sería paralelo de atar y desatar? En Is 22,22 se habla de Sebná, el encargado del palacio, que a su muerte será heredado por Elyaquim, “pondré la llave de la casa de David sobre su hombro: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá”. Viendo esto como paralelo de la metáfora de atar y desatar lo que quedará atado o desatado en los cielos. Si esta última metáfora –como vimos- se aplica a Pedro, pero también a todos los discípulos, se puede concluir que la metáfora de las llaves también lo es. Pero también es posible –y el contexto de Mateo permite esa lectura- que aluda a una actitud contraria a los hipócritas: “¡Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas que cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ustedes ciertamente no entran, y a los que están entrando no los dejan entrar” (23,13). La entrada en el reino parece coherente con las “llaves del reino” que son otorgadas a Pedro, “el discípulo del reino”. Una comunidad que está en conflicto con el fariseísmo de su tiempo y lugar –probablemente Antioquía- es razonable que en contraste con los dirigentes que no son coherentes entre lo que dicen y lo que hacen (23,3) el Jesús de Mateo invite a los que serán dirigentes entre ellos a que utilicen “las llaves” de otra manera. ¿O se trata de que Mateo quiere recordarle a los más recalcitrantes de la comunidad que “Pedro” tiene autoridad para recibir en el seno de la “Iglesia” a los numerosos paganos que se están incorporando en ella (8,11-12) y que estos rechazan? No parece que ambas lecturas se excluyan mutuamente.



Sin embargo, este rol de Pedro – piedra está en evidente contraste con su otro rol de escandalizador. Pedro se pone delante de Jesús como “piedra de escándalo” (cf. Is 8,14; 1 Pe 2,8). Si antes fue declarado “bienaventurado” por la revelación que le hizo Dios, y no escuchó su propio ser, ahora –por el contrario- lo que dice son pensamientos de hombres y no de Dios, si antes era una piedra de edificación en relación al reino, ahora es “Satanás” (con una frase bastante semejante a lo dicho en las tentaciones, 4,10). Sin dudas que el rol positivo o negativo de Pedro frente a Jesús viene dado por su actitud de la escucha o no de Dios: cuando escucha la voz de Dios es piedra de edificación, pero cuando no lo escucha es piedra de tropiezo.



El final de la parte narrativa del libro IV viene dada por el encuentro de Pedro con Jesús a raíz de la pregunta que con anterioridad le habían formulado los que cobraban “la dracma”, esto es el impuesto al Templo que todos los varones adultos pagaban una vez al año (Ex 30,11-16; Neh 10,32). Una vez más Jesús se anticipa –mostrando un conocimiento de las situaciones que le es propio en varios momentos de los evangelios- y le formula a Pedro una pregunta sobre el tributo de “los reyes” llevando el relato al reconocimiento de que no deberían pagar ese impuesto. Nuevamente hace alusión al “escándalo” y para evitarlo se hace referencia a un milagro que ocurrirá (no está relatado, pero se supone). Una lectura rápida invitaría a pensar que los judeo-cristianos no deben pagarlo, pero que lo hacen para evitar escándalo de los judíos de la región, mientras que la providencia de Dios se ocupará del modo de conseguir el dinero para hacerlo. Pero eso no explica el rol de Pedro; además de que en tiempos de Mateo el Templo ya no existía, y el impuesto que se pagaba era el Fiscus Iudaicus, impuesto para el mantenimiento del templo de Júpiter Capitolino, que los judíos pagan después de la destrucción de Jerusalén. Lo llamativo es que Jesús enseña personalmente a Pedro cómo actuar en distintas ocasiones (como se ve también en las dos preguntas que Mateo añade a Marcos y a las que hicimos referencia más arriba, 15,15; 18,21): para saber qué haría Jesús Mateo nos indica que debemos preguntar a Pedro. Claro que tampoco vivía Pedro cuando Mateo compone su evangelio, por lo que parece aludirse a la “tradición petrina” de la cual Mateo es garante. 



La relación entre Jesús y Pedro es muy estrecha, ante problemas de la comunidad como los alimentos, o el perdón, o el pago del impuesto es Pedro el que tiene una respuesta de Jesús, es Pedro el que tiene la responsabilidad de abrir a todos las puertas del reino, porque Jesús le dio un nombre nuevo, y lo salvó cuando se hundía. Esto no implica que Pedro esté exento de la posibilidad de no escuchar a Jesús. Pedro es a su vez capaz de dudar y tener “poca fe”, o de escucharse a sí mismo antes que a Dios, pero es el que a su vez recibe la especial revelación de Dios siendo modelo de discipulado (y no meramente “portavoz”). Pedro no está exento de error – ¡y vaya si lo ha explicitado Mateo!- pero también tiene siempre la posibilidad de escuchar la enseñanza de Jesús y la revelación de Dios.



Una última nota histórica: después de la “asamblea de Jerusalén”, en la que Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía, tiempo después se dirige hacia allí Pedro. Allí sucede un incidente que Pablo testimonia en Gal 2,11-14, cuya fecha no es fácil precisar (¿cerca del año 50?). Esto motiva que Pablo se separe de su viejo compañero Bernabé y se dirija solo –con sus compañeros más cercanos- a la región del Egeo, mientras Bernabé va en otra dirección. Nos parece un error creer que Pedro era representante de los sectores más judaizantes, expresados más bien por “los de Santiago” (y no necesariamente tampoco de Santiago, aunque es más posible); [14] la opinión de aquellos que creen que Mateo es un evangelio “anti-paulino” nos parece exagerada, [15] aunque ciertamente sea más “judío” que Pablo. Es posible que las relaciones de Pedro con Santiago tampoco fueran demasiado buenas, y de hecho Santiago ejerce su zona de influencia en las comunidades de Judea mientras Pedro no parece volver ya más por la región después de este incidente. Es muy posible que Pedro permaneciera en Antioquía un buen tiempo (de allí la importancia que Mateo, escrito en la región, le otorga en su Evangelio) [16] y más tarde se dirija a Roma (¿pasando por Corinto?, cf. 1 Cor 1,12; 9,5). Allí no parece estar demasiado tiempo ya que su muerte probablemente ocurra en el año 64. 



Conclusión




El rol de Pedro en los distintos Evangelios marca elementos comunes y también diferencias. No interesan tanto los acontecimientos “en sí” (como la “confesión de fe” o las “negaciones”), como la interpretación que cada uno da a su persona y lugar en el seno de la comunidad apostólica. Es evidente que en todos los relatos Pedro / Simón es mencionado en primer lugar, lo que no es casualidad (como no es casualidad que en las listas siempre el último lugar lo ocupe Judas, el entregador). Marcos no tiene problemas en mostrar la incomprensión de Pedro, como también la de los otros miembros del pequeño grupo especialmente cercano a Jesús, pero también destacar que Jesús sigue teniendo con él un compromiso especial como su anuncio de aparición resucitado en Galilea queda destacado. Su confesión de fe –central en su Evangelio- es verdadera, pero incompleta. Deberá seguir atento a las enseñanzas de Jesús, que malinterpretará, que negará hasta con insultos y juramento, pero que seguirá abierto a encontrarse con el resucitado, que lo seguirá llamando, lo que está anticipado en la Transfiguración. Lucas suaviza un poco algunos elementos negativos de Pedro –como lo hace también con otros momentos de los apóstoles, o también con momentos muy chocantes de la pasión- no niega que Satanás ha sacudido a Pedro y sus compañeros pero la oración de Jesús lo ha sostenido; Pedro es el representante de los demás y es en su barca que ocurre una pesca maravillosa y es llamado como “pescador de hombres”, aunque en representación de los demás. Pero Pedro –como datos tradicionales lo confirman (1 Cor 15,5)- es al primero al que Jesús resucitado se deja ver y que llevará adelante la responsabilidad de confirmar a los hermanos, cosa que se verá claramente en toda la primera parte de Hechos de los Apóstoles. Mateo, por su parte, ubica a Pedro en el “corazón” de la Iglesia, signo visible del reino. Pedro es capaz de no escuchar a Dios o a Jesús –como también lo son sus compañeros- y ser motivo de tropiezo para Jesús, pero también es capaz de escuchar de modo más íntimo a Jesús, o de dejarse guiar por Dios de modo de ser discípulo fundamental para el crecimiento de la Iglesia. 



El viejo teólogo J. Ratzinger afirmaba:

“Es la figura de Pedro, a quien en Mt 16,19 se le promete el mismo poder que en Mt 18,18 transmite el Señor a toda la comunidad de los Apóstoles… Prescindiendo por completo del problema de la localización histórica de la promesa del primado, podemos afirmar independientemente que, para el pensamiento bíblico, la simultaneidad de “roca” y “Satanás” (y “skándalon”=piedra de tropiezo) no tiene de suyo nada de imposible. Al contrario, para ese pensamiento que sabe de la necedad de Dios, de la victoria de la fuerza de Dios por la catástrofe de la cruz, semejante paradoja es típicamente cristiana” (…)

“¿Y no ha sido fenómeno constante a través de la historia de la Iglesia que el papa, el sucesor de Pedro, haya sido a la par “petra” y “skándalon”, roca de Dios y piedra de tropiezo? De hecho, importará al creyente aguantar esta paradoja del obrar divino, que confunde siempre su soberbia, esta tensión entre roca y Satanás, en que se compenetran de manera inquietante los contrastes más extremos. Lutero conoció con opresora claridad el factor “Satanás” y no dejaba de tener alguna razón en ello; pero su pecado estuvo en no aguantar la tensión bíblica entre “Cefas” (“petra”) y Satanás, que pertenece a la tensión fundamental de una fe que no vive del merecimiento, sino de la gracia. En el fondo, nadie debía haber entendido mejor esta tensión que quien acuñó la fórmula del simul iustus et peccator, la fórmula del hombre justo y pecador en una pieza.” (…)

“No pueden separarse sencillamente la “Iglesia” y “los hombres de la Iglesia”; la abstracta pureza sin mácula de la Iglesia que de este modo destilaría, no tiene sentido alguno real histórico. La Iglesia vive por medio de los hombres en el tiempo y en el mundo presente y, a pesar del misterio divino que lleva dentro de sí, vive de manera verdaderamente humana. Hasta la institución como institución conlleva la carga de lo humano; también la institución conlleva la inquietante arbitrariedad de lo humano para poder ser piedra de tropiezo. ¿Quién no lo sabe? Y, sin embargo, y precisamente así la Iglesia es la santa, la pecadora, testimonio y realidad de la gracia de Dios que por nada puede ser vencida, de su misericordia siempre mayor, que nos ama en medio de nuestra indignidad.” [17]

Si bien “Pedro” no es “el papa”, afirmación que resultaría sumamente anacrónica, es cierto que el papado se remite a Pedro. Los diferentes aspectos que hemos vislumbrado en la figura de Pedro que los evangelios Sinópticos nos presentan nos permiten aproximarnos al “Pedro que Jesús quería”. Podemos decir que no es cuestión de que importe “el papa” ya que la historia nos ha mostrado papas excelentes y papas horrorosos. Es cuestión que el papado se asemeje lo más posible al papado que debiera ser. Nos parece razonable entender el “ministerio petrino” como miembros de la Iglesia católica Romana, pero no creemos que se deba “canonizar” los modos históricos que el papado se ha dado. El papa de hoy, pero también los de ayer y los de mañana no deberían ser los personajes principales de la historia de la Iglesia. Y soñamos que el Papa de hoy logre despegarse de la papolatría que ciertos autoritarismos del pasado reciente engendraron y podamos empezar a buscar hacer realidad un papado fiel al Pedro de los evangelios y fiel también a los tiempos presentes.



Notas:




1. Ver, por ejemplo Raymond E. Brown, Karl P. Donfried, John Reumann y otros, Pedro en el Nuevo Testamento, (Colección Palabra Inspirada 15) Santander: Sal Terrae 1976; R. Aguirre Monasterio y otros, Pedro en la Iglesia primitiva (Institución San Jerónimo 23), Estella, Navarra: Verbo Divino 1991; Joachim Gnilka, Pedro y Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Barcelona: Herder 2003.



2. Eduardo de la Serna, “La figura de Pedro en los escritos de Pablo”, RevistB 70 (2008) 133-171.



3.  Es conocido el testimonio de Papías: “Esto es lo que el Presbítero acostumbraba a decir: ‘Marcos, que había sido intérprete de Pedro, escribió exactamente, aunque no con orden, todo lo que recordaba de las palabras o acciones del Señor’. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, había seguido a Pedro” (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III.39.15). Ireneo afirma que “Después de la muerte de estos (Pedro y Pablo), Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro” (Adversus Haereses III,1.2); cosas semejantes pueden verse en Clemente de Alejandría, Orígenes, Jerónimo, el canon de Muratori.



4. Por ejemplo X. Léon Dufour, en A. Robert -  A. Feuillet, Introducción a la Biblia II, Barcelona: Herder 1970, 221-222; ib., A. George – P. Grelot (dir.) Introduction à la Bible – Edition Nouvelle, Le Nouveau Testament. L’annonce de l’évangile, Paris: Desclee 1976, 67-68. Pero, “(q)ue en Marcos, Pedro es el más importante de los Doce y generalmente su representante no implica necesariamente que Pedro fuera la fuente de Marcos”, Raymond E. Brown, Al Introduction to the New Testament. New York – London -  Toronto – Sydney – Auckland: Doubleday 1996, 159.



5. R. Bultmann, por ejemplo, sostiene que Marcos interrumpió el final original contenido en Mt 16,17-19 “e introdujo en el contexto una polémica contra las ideas judeocristianas, representadas por Pedro y contempladas desde el punto de vista del cristianismo helenístico del sector paulino”, Historia de la Tradición Sinóptica, Salamanca: Sígueme 2000, 317 (original, Die Geschichte der sinoptischen Tradition, Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht 91979, 277). Los discípulos en Marcos son “discípulos fallidos“, “(e)n Marcos, ‘sus discípulos y Pedro’ dependen enteramente del testimonio de otros para todo  conocimiento que puedan tener en lo relativo a los acontecimientos salvíficos de la muerte de Jesús y la asunción postmortem”, L. E. Vaage, “An Other Home: Discipleship in Mark as Domestic Asceticism”, CBQ 71 (2009) 746; es clásico T. J. Weeden, Mark Traditions in Conflict, Filadelfia: Fortress 1971.



6. R. Pesch, “Pétros” en EDNT III, 82.



7. A modo de ejemplo, veamos algunos comentarios recientes: “Destacándose sobre la opinión del Pueblo, Pedro reconoce en Jesús la autoridad escatológica, definitiva del Enviado de Dios” (R. Pesch, Il vangelo di Marco II, Brescia: Paideia Editrice 1982, 63); “Marcos, en cambio, sobre la base del rol de Pedro como primer testigo de la fe en la comunidad post-pascual (primer testigo de la resurrección)… ha anclado en terreno histórico la confesión de fe del primer hombre de la Iglesia” (J. Ernst, Il vangelo secondo Marco II, Brecia: Morcelliana 1981, 381); “Marcos ha reservado hasta este momento el título de apertura. Ahora al final la verdad sobre Jesús ha sido conocida y reconocida” (R. T. France, The Gospel of Mark [NIGNC] Grand Rapids, Michigan – Cambridge: W. B. Eerdmans Publishing Company 2002, 329); “Esta respuesta es claramente superior a la mencionada en v.28 desde el punto de vista del autor implicado, ya que Jesús es declarado Mesías en el título introductorio del Evangelio. El subsiguiente desdoblamiento de la narrativa /y la importancia simbólica de 8,22-26), de todos modos, indican que la respuesta de Pedro, aunque verdadera, es ambigua y por tanto necesitada de clarificación” (Adela Y. Collins, Mark, [Hermeneia], Minneapolis: Fortress Press 2007, 402); ante las opiniones del pueblo los discípulos responden con los mismo puntos de vista expuestos en 6,14s “sugiriendo así Marcos que ‘los hombres’ no han evolucionado. Los discípulos, en cambio, poco a poco y entre dificultades llegan a reconocerle por medio de su portavoz, Pedro, como el Cristo (…) Jesús les manda guardar silencio porque la respuesta es ambigua” (A. Rodríguez Carmona, Evangelio de Marcos [Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén], Bilbao: Desclée De Brouwer 2006, 91); una buena presentación de las opiniones que ven una presentación positiva o negativa del dicho de Pedro puede verse en II,612-13 y el apéndice “el significado de Cristo = Mesías” (J. Marcus, Mark 8-16 [The Anchor Yale Bible 27A] Yale University Press 2009,1104-1107).



8. R. Whitaker, “Rebuke or Recall? Rethinking the Role of Peter in Mark’s Gospel”, CBQ 75 (2013) 666-682.



9. E. de la Serna, Hechos de los Apóstoles. El relato. El ambiente. Las enseñanzas, Buenos Aires: Editorial Claretiana 2004, 10-11.



10. Es frecuente en los comentarios al Evangelio de Marcos un “Excursus” sobre Pedro en Mateo, por ejemplo: J. Gnilka, Das Matthäusevangelium, 2. Teil, [HtKzNT I/2] Freiburg, Basel, Wien: Herder 1988, 71-80; U. Luz, El Evangelio según san Mateo Mt 8-17 (vol.II), Salamanca: Sígueme 2001, 612-617; W.D. Davies & C. Allison jr., Matthew (VIII-XVIII; vol. II) [ICC] Edinburgh: T&T Clark 1998, 647-652.



11. Es interesante sobre el nombre “Kefas” ver J. A. Fitzmyer, “Aramaic Kephâ’ and Peter’s Name in the New Testament” en  J. A. Fitzmyer, To Advance the Gospel. New Testament Studies, Michigan: W. B. Eerdmans Publ. 21998, 112-124.



12. G. Lohfink, La Iglesia que Jesús quería, Bilbao: Desclée De Brouwer 1986; ib., ¿Necesita Dios la Iglesia? Teología del pueblo de Dios, Madrid: San Pablo 1999; H. Haag, ¿Qué Iglesia quería Jesús?, Barcelona: Herder 1998; R. Aguirre, Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, Estella, Navarra: Verbo Divino 32009.



13. El contexto rabínico y propio del judaísmo se ha destacado precisamente. Refiere a prohibir y permitir (’asar – sera’). Davies & Allison, o.c. 635-639 destacan las diferentes opiniones destacando que creen (también Gnilka, Aguirre, Rodríguez Carmona) que Mateo quiere presentar a Pedro como “rabbi supremo”; de todos modos parece inconveniente el uso de “rabbi” ya que no solamente Jesús dice que “a nadie llamen rabbi” (23,8) sino que –como signo de la traición, Jesús es llamado “rabbí” –contradiciendo su palabra- precisamente por Judas (26,25.49).



14- Una Buena presentación de cuatro tipos diferentes de grupos en este sentido en la época puede verse en Raymond E. Brown & John P. Meier, Antioch & Rome. New Testament Cradles of Catholic Christianity, New York – Ramsey: Paulist Press 1983, 1-9.



15. Es el caso de David C. Sim, “Matthew’s anti-Paulinism: A neglected feature of Matthean studies”, HTS 58 (2002) 767-783; ib., “Matthew and the Pauline Corpus: A Preliminary Intertextual Study”, JSNT 31 (2009) 401-422.



16. Lo hemos señalado en E. de la Serna, De Jesús a la “Gran Iglesia”. El nacimiento del cristianismo, Buenos Aires: Agape libros 2012, 112-120.



17. J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, Barcelona: Herder 1972, 285-288.





(*) Artículo publicado en “La presentación de Pedro en los Evangelios sinópticos”, Alternativas 46 (2013/2) 13-32.

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