sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 11 La gratuidad de Pablo


La gratuidad, una nueva osadía de Pablo



Eduardo de la Serna




            Para nuestra mentalidad contemporánea, en más de un tema,  se nos hace bastante difícil entender o ponernos en el lugar de los autores y destinatarios del mundo antiguo. Son dos mundos muy diferentes, y no sólo en lo que a la ciencia y la técnica se refiere. También en el modo de relacionarnos entre nosotros, con la naturaleza y con Dios. Hay muchas cosas que hoy vemos como normales o habituales, pero son impensadas o casi revolucionarias de buscarlas en aquel tiempo. En notas anteriores, las hemos calificado como “osadía de Pablo”, y todavía quedan nuevos capítulos en esta historia.


            En el mundo mediterráneo -y esto es particularmente importante en el Imperio romano- se valora sobremanera el “honor”. Este es el “valor” que una persona o un conjunto humano tiene a los ojos de los demás (en griego, “honor” y “valor” se dicen con el mismo término, timé). Este honor no está dado necesariamente por la situación económica, o “clase social”, sino por una serie de elementos: el oficio o rango, por ejemplo, es fundamental, se trate o no de un oficio económicamente provechoso; es el caso evidente de algunos oficios altamente redituables como los “recaudadores de impuestos”, o “cobradores de peaje” (los “publicanos) eran muy mal “valorados” en Israel (ver, por ejemplo Mt 21,31). Como es fácil imaginar, esto supone una gran visibilidad pública de la persona o el grupo, de allí que importe mucho el “qué dirán”, o “con quién andas” (ver Lc 7,34). Si una persona se reúne con personas de bajo honor es porque él asume públicamente que su honor se le asemeja al de aquellos. Por eso, los grupos de alto honor jamás “se juntan” con los de escasa honorabilidad. Los “des-precian”, los “des-valoran” (Lc 14,7-11). Que Jesús se relacione con pobres, mujeres y niños lo transforma a los ojos de todos en una persona de bajísimo honor; y que en su grupo de discípulos tenga publicanos (Mc 2,13-14) y discípulas (Lc 8,1-3) muestra también cómo se “valora” socialmente este grupo (Mc 2,16; Lc 15,2). Jesús quiere mostrar que para que su mensaje sea verdaderamente “para todos”, para “las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (Mt 10,6), las “ovejas sin pastor” (Mt 9,36), debe empezar por dirigirse a los últimos, estos son quienes deben sentirse “en casa” en esta predicación y en esta comunidad, el Israel renovado. La mesa para todos es la mesa que no excluye a nadie; una mesa de la que sólo se auto-excluye aquel que no acepta participar de la comida con “esos que no valen” (Lc 5,33).


            En continuidad con el ejemplo y la praxis de Jesús, Pablo mantiene esta actitud. Un ejemplo más que evidente de esto es su insistencia en su trabajo manual. Una sociedad para la que el trabajo era algo propio de los esclavos mientras que lo propio de los “amos” es filosofar, o guerrear, no podría valorar como “sabio” a un predicador que trabaja con sus manos para mantenerse. Trabajar –en aquel ambiente greco-romano- es propio de tener bajo honor, y el trabajador no puede pretender aparecer a los ojos de la sociedad como “valioso”. Más cuando en algunas comunidades había quienes tenían buen pasar y podían sostener económicamente al apóstol. Esto es particularmente importante en Corinto, ciudad donde hasta el ecónomo de la ciudad pertenece al grupo cristiano (Rom 16,23), y comunidad en la que Pablo insiste más vehementemente que en las demás en que él elige trabajar (2 Cor 12,13) y no va a dejar de hacerlo (12,14). Esta sociedad da mucho valor a la “retribución”, a “ser agradecido” con quien ha manifestado públicamente su honor convidándonos con una gran cena (ver Lc 14,12-14), o ayudándonos económicamente. Lo que corresponde es una actitud de gratitud, de invitarlo a una cena más importante todavía, o retribuir sus favores más ostensiblemente aún, y lo más visiblemente posible. Y es esto lo que Pablo expresamente busca evitar. Él hace suyo un vocabulario más popular que intelectual (aunque quizás –por su formación- sea un lenguaje que comprenda bien), toma sistemáticamente partido por los débiles (Rom 14,1-6; ver 1 Cor 8,1-13), y por los pobres (1 Cor 11,21-22). En este sentido, siguiendo claramente la predicación de Jesús, Pablo sabe romper el esquema de la “gratitud” proponiendo en cambio un esquema de “gratuidad”. Trabaja para que se vea claramente que predica “gratuitamente” (1 Cor 9,18), que sólo pretende dar, sin esperar recibir; que “todo es gracia”. Pablo no se guía con el esquema mercantil de “dar y recibir”, que termina siendo idolátrico, sino con el de “gastarse y desgastarse” (término que debe entenderse económicamente; 2 Cor 12,15). La “gracia” para Pablo es un don gratuito, inmerecido, de Dios a la humanidad. No un “pago”, sino un “abajamiento”. Dios nos ama siendo pecadores (Rom 5,8), de él es la iniciativa gratuita del perdón y el amor. Y Pablo pretende actuar en su vida y en su ministerio, de la misma manera. Y proponerlo como vida para todos.


            Nuestra sociedad se ha vuelto incapaz de entender o de “valorar” la gratuidad, tan acostumbrados como estamos al “dios mercado”, al “liberalismo”, tan habituados a “dar para recibir”, que lo gratuito parece “barato”, se “des-precia”. A lo mejor deberíamos aprender de la osadía paulina, y aventurarnos en el mundo de la gratuidad. A lo mejor los últimos y despreciados de la historia y de nuestra sociedad tengan mucho para enseñarnos. Y lo harán gratuitamente.



Dibujo tomado de:
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