sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 16 ¿Quiénes somos?

Una reflexión de los primeros cristianos: ¿Quiénes somos?


Eduardo de la Serna


            Es sabido que el movimiento que surge a partir de la muerte y resurrección de Jesús nace en el seno mismo de Israel. Jesús era judío y también lo eran sus primeros seguidores. Pero no es menos cierto que este grupo percibió que tenía una novedad expresada de las más diversas formas: “vino nuevo”, Mc 2,21-22 y paralelos; Mt 26,29; “enseñanza nueva”, Mc 1,27; “mandamiento nuevo”, Jn 13,34; 1 Jn 2,8; “nueva alianza”, Lc 22,20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Heb 8, 8; 9,15-20; 12,24; “camino nuevo y vivo”, Heb 10,20; “nueva masa” 1 Cor 5,7; “nueva creación”, 2 Cor 5,17; Gal 6,15; “vida nueva”, Rom 6,4; “nuevo espíritu”, Rom 7,6; “hombre [humanidad] nuevo”, Col 3,10; Ef 2,15; 4,24; “nuevo nacimiento”, Jn 3,3.7; “nombre nuevo”, Ap 2,17; 3,12; “nueva Jerusalén” Ap 3,12; 21,2; “nuevos cielos y nueva tierra”, 2 Pe 3,13; Ap 21,1; “un canto nuevo”, Ap 5,9; 14,3 porque hace “nuevas todas las cosas”, Ap 21,5. Ahora bien, la pregunta clave es ¿qué tan nuevo es todo lo que tenemos? Porque podía ser “totalmente” nueva de modo tal que lo antiguo ya hubiera caducado, podía ser una novedad meramente “cosmética” o una novedad que aportara una “nueva mirada” a lo que se venía viviendo. No todos en el grupo de los seguidores de Jesús estaban de acuerdo en el grado de novedad que tenían. Algunos miraban más la continuidad, otros más la novedad como ruptura. Veamos un ejemplo sencillo. El “antiguo” Israel tenía unas escrituras. Poner todo y sólo el acento en la novedad significaría que esas escrituras no son “nuestras”, que no tienen nada que decir. Sin embargo, fue frecuente señalar que esas escrituras se habían “cumplido”, por lo que se destacaba que hay a su vez una continuidad y una novedad. Destaquemos -entre paréntesis- que ese es uno de los riesgos al hablar de “nuevo Testamento” ya que si hay uno nuevo, eso indica que el “antiguo” ha perdido todo su valor. Por eso muchos prefieren “primer testamento”, o “escrituras judías” o sencillamente “nueva alianza” ya que alianzas puede haber varias, no así testamentos (téngase también en cuenta que en griego “alianza” y “testamento” se dicen con la misma palabra).

            En escritos anteriores vimos que Pablo, por ejemplo, se sabe y se piensa a sí mismo como judío. La novedad radica en que los no-judíos son invitados a incorporarse a la “alianza” que Dios hizo con Israel al aceptar (= fe) a Jesucristo. Por eso llama a la Iglesia, “el Israel de Dios” (Gal 6,16).

            Sin embargo, las relaciones entre lo que a partir de la destrucción de Jerusalén será el “judaísmo oficial” (los rabinos, que eran fariseos) y el grupo de Jesús se empiezan a tensionar e incluso fracturar. Unos y otros se reclaman a sí mismos como “el verdadero Israel” y -obviamente- miraban a los otros como “falsos”. Es lógico pensar que esta mutua separación a su vez conllevó una reflexión sobre la propia identidad. “Somos Israel, pero ¿en qué sentido? ¿Qué decimos de nosotros mismos?” Esta reflexión sobre la propia identidad a su vez llevó a ver a “los otros”, los que “no son”.

            Es en este contexto donde va a surgir, más tarde, la palabra “cristianismo”, para distinguirse de “judaísmo”. El primero en usarla fue san Ignacio de Antioquía, en la primera parte del s.II.


            Al ir estructurándose, como vimos en nuestro artículo anterior, el grupo se empieza a dar a sí mismo ministerios. Como ahora vemos, también se empieza a dar, a sí mismo un “cuerpo”, lo que llamamos “doctrina”. Es interesante notar, por ejemplo, que el término “doctrina” (en griego “didaskalia”) aparece casi con exclusividad en los escritos de los discípulos de Pablo que se remontan a fines del s.I o comienzos del s.II (en las cartas a Tito y la 1 y 2 a Timoteo, 4, 8 y 3 veces respectivamente). Es que ante la novedad, ellos quieren evitar la aparición de “falsas doctrinas” (1 Tim 1,10; 4,1; 2 Tim 4,3) y confirmar la “sana doctrina” (1 Tim 4,6.13.16; 2 Tim 3,10.16; Ti 1,9; 2,1.7.10).

            Una de las características principales de la búsqueda de la propia identidad es saber quiénes somos, qué decimos, qué ideología nos nutre. Y también cuáles no son nuestras. Es muy interesante notar que precisamente a partir de esta reflexión el “cristianismo” empieza a poder hablar de “ortodoxia” y de “herejías”, y de que tales o cuales son “verdaderos” o “falsos” maestros (1 Tim 6,13). Sobre este trasfondo, reflexionado cada vez más profundamente por los seguidores de Jesús, se empieza a ir fundando una reflexión, y empiezan a escribirse muchos de los escritos del Nuevo Testamento. Sobre esto volveremos en escritos posteriores.

            Los primeros cristianos tenían claro que seguían a Jesús, y para seguirlo bastaba dejarse acompañar por los primeros “padres”, los apóstoles. Pero desaparecidos estos, y en el medio de situaciones de conflicto y de búsqueda de la propia identidad, los cristianos comenzaron a profundizar su identidad mirada como “camino”, y a reconocer los caminos que no los conducían a la meta, que es Cristo. No podemos menos que recordar lo dicho por el Papa Benito 16º: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).


Diseño tomado de http://bibliotecas1978.wordpress.com/2012/10/09/el-documento-digital/

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