sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 22 Comunidades de Pedro

Algunas comunidades de Asia Menor, Pedro.

Eduardo de la Serna



            En lo que era “Asia Menor”, lo que es la actual Turquía, florecieron comunidades de diferente tipo. Podríamos llamarlas -generalizando un poco- comunidades “paulinas”, “joánicas”, “petrinas”... No tanto por ser fundadas por ellos, aunque lo fueran en algunos casos, sino -sobre todo- por mirar a Pedro, a Juan y a Pablo como sus referentes, como aquellos que marcan un camino. Algo que era especialmente importante cuando éstos ya habían desaparecido y el presente y el futuro pareciera incierto entre dudas, persecuciones, crisis y crecimiento. Las comunidades de Pablo dejaron escritos redactados por discípulos, en nombre de su “padre fundador”, lo mismo que lo hicieron las comunidades del Discípulo Amado, como hemos visto en notas anteriores. Veamos aquí las referencias a Pedro. En nuestro caso, poco sabemos del paso de Pedro en esta región (ver 1 Pe 1,1). Para ser precisos no tenemos datos confiables de su itinerario misionero salvo su paso por Antioquía y su final en Roma (ver 1 Pe 5,13 donde “Babilonia” alude a Roma). No es improbable que haya pasado por Corinto, pero tampoco tenemos seguridad de eso. De todos modos, no es lo importante saberlo, en este caso. Lo interesante es que en Asia Menor, la persona de Pedro era tenida por autoridad. Si no visitó la región, y Pedro no es autor de las cartas que se le atribuyen, en ese caso, sería un indicio todavía mayor acerca de la autoridad que se le reconocía en la antigüedad. Este tema, además, seguirá profundizándose y llegaremos a lo que más tarde se reconoce como primado y ministerio de Pedro.

            Pero miremos brevemente las dos cartas que llevan su nombre y que -como insinuamos- parecen escritas por discípulos que escriben como diciendo: “esto es lo que nos diría Pedro hoy si estuviera acá en estas circunstancias”. Lo que nos interesa es, como en otros casos, ver las comunidades y la temática que va surgiendo entre ellas.

            Los “cristianos” (1 Pe 4,16) parecen ser tenidos en nada por el imperio, son despreciados, desvalorados (ver 1 Pe 1,7; 2,7; 3,7). Por los nombres que se les da, sería algo semejante a lo que hoy podríamos llamarlos como desplazados, o “sin tierra”. Roma, por su parte, valoraba mucho a las “élites” (los “ciudadanos”). De los buenos habitantes y “padres de familia” se esperaba “autoridad”, la que se manifestaría en que supieran “someter” a sus mujeres, sus hijos y esclavos para que el “orden” o la “paz” imperaran en el seno de la casa (1 Pe 2,18-3,9; 4,17). Tenemos así dos grupos, los que son tenidos por ciudadanos y los tenidos por “extranjeros”, por desplazados (1Pe 1,1.17; 2,11). Es precisamente a estos últimos que se dirige “Pedro” diciéndoles que en la comunidad cristiana tienen un verdadero “hogar” a partir del bautismo (1 Pe 2,9-10). A ellos se les pide que se comporten de modo de no causar rechazo en la sociedad (ver 1 Pe 1,22-23; 2,2.13-17), pero que -a su vez- conserven su propia identidad (1 Pe 2,4-8). Es una carta de resistencia y de fortalecimiento de la propia identidad. Resistencia frente a un mundo adverso (1 Pe 2,12; 4,2-6), identidad frente a los pobres y rechazados porque ellos mismos lo son y la comunidad es “su casa”.

            La segunda carta (2 Pe 3,1), mucho más tardía, se encuentra con que en la comunidad se han entrometido “falsos maestros” (2 Pe 2,1-3; 3,3-10) que enseñan algo muy diferente a lo que “Pedro” diría, ya que enseñan una relajación de las costumbres que los lleva a no preocuparse por tener una vida “ética” (2 Pe 2,17-22) sino que sólo importa lo espiritual.  Incluso parecen negar que Jesús vaya a volver, con lo que niegan “el Día” de su venida (2 Pe 1,16; 3,4-11). Escribiendo una especie de “testamento” de Pedro (2 Pe 1,15), se pretende señalar la “recta doctrina” frente a los “herejes”, e incluso negar que la Biblia (entre ella también los escritos de Pablo que ya circulaban entre ellos) pueda interpretarse de modo libre, al propio arbitrio (2 Pe 1,20; 3,16) como parecen enseñar estos “falsos maestros”. Por eso, el acento está en poner empeño (2 Pe 1,5.10; 3,14) en mantener la piedad (2 Pe 1,7; 3,11), la memoria (2 Pe 1,12.15; 3,1) y la vida movida por la esperanza en la futura Venida de Jesús (2 Pe 1,11. 16; 3,4.10.18). 

            Es interesante notar, entonces, que a fines del s. Iº y en regiones donde Pedro no parece haber evangelizado, ya era reconocida su autoridad, y su nombre era tenido en cuenta para establecer criterios de conducta, para indicar caminos y sostener la identidad y la esperanza.

            La figura de Pedro pasa a ser cada vez más, en muchas comunidades, un referente. No un jefe al estilo de una monarquía absoluta, sino de un “testigo” y pastor (1 Pe 5,1) un garante de la “memoria” (2 Pe 1,12-13) para que la Iglesia de ayer y de hoy pueda fortalecer su identidad para ser en medio del mundo en el que vivimos un pueblo que anuncie las alabanzas del que nos llamó de las tinieblas a la luz (1 Pe 2,9) esperando un mundo nuevo en el que habite la justicia (2 Pe 3,13) porque otro mundo -distinto al imperio romano, y distinto a este en que vivimos- es posible.


foto tomada de www.cronicauniversal.com

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