sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 7 Pablo y las mujeres

La osadía de Pablo: las mujeres


Eduardo de la Serna




            Cuando Pablo se lanza al mundo a predicar el Evangelio, como es evidente, se encuentra con “un mundo”. Es decir, con una cultura, un modo de vivir, de celebrar, de festejar, un modo de relacionarse con las divinidades, de relacionarse con los demás pueblos y con las personas cercanas. Esto es lo que habitualmente se llama “cultura”. Para ser precisos, en la “cultura” de su tiempo, el ámbito del varón era el ambiente público, y el de la mujer, el “doméstico”. La “domus” (= casa) era el “lugar” de la mujer. Es verdad que entre los romanos, la mujer de la más alta sociedad tenía injerencia política, pero no era el caso de la mujer de la “plebs” (la plebe).  Además, aunque estemos en el Imperio Romano, Pablo se mueve en un ambiente mayoritariamente griego, en el que la mujer era todavía menos tenida en cuenta para la “cosa pública” (la res-publica, de donde viene “república”).

            En realidad, Pablo no es original en esto ya que Jesús de Nazaret tenía discípulas y -por lo tanto- mujeres en ambientes públicos. Es interesante que los obispos en Aparecida afirmaban que Jesús “incorporó mujeres en su grupo” (Nº 470, texto primitivo), lo que luego fue adulterado diciendo que “incorporó mujeres al grupo de personas que le eran más cercanas” (actualmente Nº 451). Pero esto, que había comenzado Jesús, Pablo lo profundizó más aún. Además, hemos de recordar que mientras Jesús se mueve en un ambiente campesino, y nunca parece haber ido a una ciudad, Pablo se dirige a un ambiente urbano, yendo siempre a ciudades. Las culturas, en estos dos ambientes, son diferentes, como es evidente.

            Pablo sabe dar todavía un paso más en esta misma dirección. Para comenzar, los judíos se llamaban entre sí “hermanos”. El término, además de lo biológico, significaba que el otro era un miembro de la misma comunidad, y que con él se debía actuar como se hace con un hermano biológico. Por eso se afirma que “no explotarás a tu hermano” (Dt 24,14), o no lo “esclavizarás” (Lev 25,39). Pero eso sí puede hacerse con los extranjeros (Dt 15,3; 23,21) -no el forastero, que es diferente-, pero jamás con un “hermano judío”. Pero ni en el Antiguo Testamento, ni en los escritos antiguos, jamás se utiliza el término “hermana” (fuera de lo biológico, obviamente) entendido en ese sentido “teológico”; además de que la circuncisión -lo que nos hace entrar en la alianza- no era un rito para mujeres. Sin embargo, Pablo lo usa con cierta frecuencia (Rom 16,1.15; 1 Cor 7,15; 9,5; Flm 2); para él la mujer es miembro pleno de la comunidad y como tal debe ser tratada, por eso es “hermana”. Por otra parte, para el judaísmo la mujer no tenía acceso directo a Dios; por ejemplo, no podía entrar en el templo más que hasta el “atrio de las mujeres”, de allí que el judío podía dar gracias porque nací “varón y no mujer”. Para Pablo, el bautismo -que es lo que nos hace entrar en la nueva alianza, y lo pueden realizar tanto varones como mujeres- nos pone en igualdad ante Dios, de modo que “ya no hay ‘varón y mujer’...” (Gal 3,28), todos somos uno “en Cristo”, es decir, sumergidos en el bautismo.

            Para él, las mujeres trabajan activamente en el anuncio del evangelio como lo hace él mismo (Rom 16,6.12; ver Gal 4,11; Fil 2,16. En todos estos casos se usa el mismo verbo griego que es “trabajo en la evangelización”), hay mujeres diáconos (Rom 16,1), hay mujeres que presiden las comunidades (Rom 16,3; 1 Cor 16,19; Flp 2) e incluso -al menos una- mujer que es apóstol (Rom 16,7).

            Es verdad que hay algún texto que ha permitido alentar el comentario de que Pablo desprecia a la mujer o la relega a un segundo lugar. Sin embargo, cuando dice “la mujer cállese en la asamblea” (1 Cor 14,34), hay consenso entre los estudiosos que ese texto fue añadido mucho después que Pablo para una sociedad más adaptada al ambiente greco-romano donde la intervención de las mujeres no era bien visto, con el objetivo de que no se cuestionara a los cristianos por eso. El otro texto (1 Cor 11,2-16) hace referencia al culto. ¿Cómo deben actuar mujeres y varones? Por un lado, es evidente que el contexto es cultural: por ejemplo dice que el varón debe tener el pelo corto (v.14), y que la mujer debe tener “algo” en la cabeza (vv. 6 y 10). Ese algo no es un velo, como se ve en el v. 15; parece que se refiere a las cintas y adornos que las mujeres solían usar. Es ese caso, lo que está diciendo Pablo es que la mujer debe tener la cabellera “ordenada”, no suelta como solían tenerla las participantes en los cultos de orgías. Así, cualquier participante extranjero podía ver que el culto cristiano era ordenado, y no una orgía (por el pelo de las mujeres), y no era un culto romano (los varones no deben usar velo [v.7], como sí usaban los romanos).

            La mujer, para Pablo es una igual en el culto y la comunidad, por más que en nombre de Pablo -mal entendido-, las mujeres hayan sido rechazadas, prohibidas en la liturgia, y relegadas en la Iglesia. Habituado a mujeres o matrimonios que presiden comunidades, seguramente Pablo no habría entendido muchas de nuestras actitudes contemporáneas.



Foto tomada de http://www.flickr.com/photos/lo_/4831173797/

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