sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 9 Pablo y la colecta

Nueva osadía de Pablo: la colecta

Eduardo de la Serna




            Una simple lectura de las cartas paulinas nos invita a ver que el Apóstol dedica bastante importancia a una colecta organizada en beneficio de los pobres de Jerusalén. Varias preguntas surgen a partir de esto. Pero -sobre todo- algo muy trascendente debe haber en la colecta, como veremos.

            En uno de sus viajes a Jerusalén, Pablo y su grupo participan de una asamblea en la que se reconoce y acepta el camino recorrido por Pablo (Gál 2,2-3), esto es: predicar también a los no judíos y no reclamarles la circuncisión como condición necesaria para encontrarse con Dios (ver Hch 15,5). Muchos no aceptaban esto, y muchos siguieron sin aceptarlo; de hecho en varias cartas de Pablo se ve que aparecen adversarios de la predicación del Apóstol insistiendo en la importancia de la circuncisión (ver Fil 3; 2 Cor 10-13; Gal). La circuncisión hace a los judíos miembros del pueblo de la alianza (Gen 17,10-26), y -por tanto- los hace hermanos entre sí (Dt 33,9; Ez 16,61). Hijos de Abraham. Todo judío se sabe hermano de los demás judíos por este signo en la carne. Y si algunos no judíos quieren convertirse al judaísmo -los llamaban “prosélitos”- luego de un bautismo ritual de purificación debían someterse a la circuncisión. Para Pablo, en cambio, puesto que el bautismo nos une a Cristo, que es “el hijo”, ya no hay nada más que sea necesario; si hiciera falta algo más, “Cristo habría muerto en vano” (Gal 2,21); lo que nos hace “hijos de Abraham” es la fe (Gál 3,7). En Cristo se alcanza la plenitud del encuentro con Dios.

Esto marcó un conflicto con los predicadores de la circuncisión que acompañó a Pablo todo a lo largo de su misión. Pero la Asamblea de Jerusalén reconoció y aceptó el modo de obrar paulino sin añadirle nada (Gál 2,9). Sin embargo, probablemente a causa de una sequía importante en Jerusalén, puesto que había hambre en la comunidad (ver Hech 11,28-29), se le pidió a Pablo –que había ido llevando ayuda- que aquellos que se incorporaban a la comunidades en el extranjero tuvieran presente “a los pobres” (se entiende, de Jerusalén; Gál 2,10).

            Pareciera que, al comienzo, Pablo deja que cada comunidad que él ha fundado, organice esta ayuda como mejor le parezca, pero una aparente iniciativa de los corintios le dio una nueva idea: organizar una gran colecta (2 Cor 9,2). Aparentemente esto fue inmediatamente aceptado por las comunidades de Macedonia (Filipos y Tesalónica; cf. 2 Cor 8,4). Algunos de estos son sumamente pobres pero, de todos modos, quieren participar (8,2). Y Pablo los alienta a hacerlo. Que cada domingo cada uno junte lo que pueda y se ponga en común a fin de que cuando sea el tiempo, sea llevado por delegados hacia Jerusalén (1 Cor 16,1-4). Pero, ¿por qué no se ayuda primero a los propios antes de ayudar a los ajenos? Pablo comienza dando una razón teológica: a causa de la importancia que debe darse a la igualdad (2 Cor 8,13.14). Los paganos, al unirse a Israel como hijos de Abraham por la fe, participan de todos los bienes espirituales que Israel tiene (2 Cor 8,14; Rom 15,27): ser hijos adoptivos, participar de la legislación, la alianza, el culto, los patriarcas, y el mismo Cristo (Rom 8,4-5). Todos estos son dones que Israel está compartiendo con los no judíos. Es justo, es igualitario, que los paganos ayuden también a los cristianos venidos del mundo judío, con sus bienes materiales.

            Pero esto, así planteado, tiene todavía un “algo más”, algo “provocador” de parte del Apóstol: si la colecta es aceptada por los cristianos de Jerusalén, eso significaría que están reconociendo como verdaderos hermanos a los cristianos provenientes del paganismo, y que se han incorporado sin circuncidarse. Aceptar la colecta sería un claro indicio de la aceptación del evangelio predicado por Pablo.

            Precisamente por eso, cuando el Apóstol está a punto de llevar hacia la Ciudad Santa el fruto de esta colecta (Rom 15,25), se ve envuelto en el temor. Temor de que la misma no sea aceptada en Judea (Rom 15,31). De que triunfen los que Pablo llama “rebeldes”, “desobedientes”, ya que no aceptan el lugar central y primordial que Pablo da a la “obediencia de la fe” (Rom 1,5; 16,26). No aceptarla significa, simplemente, que no son reconocidos como hermanos aquellos que no han sido circuncidados.

            Organizar la colecta es un gran desafío: está diciendo “somos hermanos” y también iguales. Pero eso no significa que sea necesariamente aceptado por aquellos que se enfrentan habitualmente con Pablo, como hemos visto. Mirando Hechos de los Apóstoles podemos notar que no hay ni una sola referencia a la colecta, por lo que es muy posible que esta no haya sido aceptada, y el autor lo haya omitido a fin de evitar un nuevo fracaso de Pablo en su misión, y -además- mostrar una comunión de ideas en las comunidades, algo seguramente más ideal que real.

            Para Pablo, como para Jesús, compartir los bienes con los hermanos es un signo visible de comunión y fraternidad; sería un buen “test” para mirar nuestra fidelidad al Evangelio ver cómo son nuestras actitudes y nuestra solidaridad con los hijos de Dios, en especial frente a la desigualdad, el hambre y la pobreza.


Foto tomada de http://www.neuqueninforma.gov.ar/?p=26877

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