sábado, 19 de diciembre de 2015

VC 2. Avaricia

La avaricia


Eduardo de la Serna



* «La raíz de todos los males es el afan de dinero» (1 Tim 6,10).
* «No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
* «La raíz de todos los males es la avaricia, y por eso el Apóstol la llama también servidumbre de ídolos. Busca en primer lugar el reino de Dios, todo se te dará por añadidura» (san Jerónimo).

Habíamos señalado, en el capítulo anterior, que santo Tomás afirma que en la raíz de todos los pecados está la soberbia; el discípulo de san Pablo, en cambio, prefiere ver allí la avaricia. Si el ‘pecado’ de soberbia es grave, porque el hombre se pone a la altura de Dios, no es distinto lo que realiza la idolatría, que eleva las cosas (en este caso, el dinero) a niveles divinos. Se había señalado que aquel era la causa del pecado de Adán, ahora se señala que este es el origen del pecado de Judas: «únicamente negará que la avaricia es idolatría quien sea capaz de llamar justicia a la venta del Señor por treinta monedas de plata» dice san Jerónimo...

Sin dudas que no es importante ver si uno es más grave que otro, más profundo o más causante de pecados, importa, sí, tener en claro que ambos parecen estar, en mayor o menor medida, en la base de todo desorden con el que el hombre maneja sus relaciones con Dios, sus relaciones con los hermanos, sus relaciones con las cosas...

Si los vicios capitales son desórdenes en el amor, y particularmente en el amor a las cosas, en la pérdida del equilibrio humano y religioso de relacionarse "con Dios como Padre, con los hombres como hermanos, con las cosas como señor" (Puebla), se produce -y concretamente en el caso de la avaricia- tal desorden en el ser humano que difícilmente encuentre el rumbo, especialmente porque «en las criaturas no halla el avaro con qué apagar su sed, sino con qué aumentarla» (Juan de la Cruz). Precisamente, la sed de infinito que tiene la humaniodad ("mi alma tiene sed de Dios"), cuando no es saciada por Dios, sólo se logra que aumente. Es por eso que el que tiene, siempre quiere ("necesita") tener más, o como dice un dicho muy antiguo: «Al avaro, lo mismo le falta lo que tiene que lo que no tiene». O, también la Biblia: "quien ama al dinero no se harta de él" (Sir 5,9).

Lo que hasta aquí afirmamos nos invita a mirar la avaricia con mucha atención. De ella se dice que es idolatría, que es la raíz de los pecados, que es el pecado de Judas... Realmente nada bueno. Tratemos de detenernos un poco en esto. Especialmente porque parece que aquí radica la causa de muchos de los males que nos tocan vivir en nuestro tiempo. Vamos por partes:

  El Miedo


Miedo parece lo contrario a "seguridad". Buscar seguridad es aferrarse a algo ante lo que nos hace "temblar". Y la mayor inseguridad es la del futuro: ¿qué pasará? Es la causa de la consulta a adivinos (= saber qué pasará), la base de la magia (= lograr que, haciendo tal cosa, pase lo que yo quiero o evitar que pase lo que detesto) y la "madre" de la avaricia (= guardar para prevenir el mañana). Dejemos hablar a un gran santo: "También has de evitar el mal de la avaricia, no en el sentido de no codiciar los bienes ajenos, cosa que aun las públicas leyes castigan, sino en el de no guardar los tuyos, que son también ajenos. Si con lo ajeno _ dice el Señor _ no fueron fieles, ¿quién les dará lo de ustedes?. No tienen que ver con nosotros los pesos de oro y plata. Nuestra riqueza es espiritual, y de ella se dice en otro lugar: El precio de la vida de un hombre es su riqueza. Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará a otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y a Mammón, es decir, al dinero. En la lengua bárbara de los sirios se llama "mammona" a las riquezas. La obsesión por la comida es espina de la fe, raíz de toda avaricia, cuidado de gentiles. Pero me dirás: «Soy una joven delicada que no puedo trabajar con mis manos; cuando llegue a la vejez o me ponga enferma, ¿quién tendrá lástima de mí?». Oye lo que dice Jesús a los apóstoles: No anden preocupados en su corazón sobre qué comerán o cómo vestirán su cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran ni recogen en graneros, y su padre celestial las alimenta" (san Jerónimo). En realidad, la seguridad no es contraria al miedo sino a la inseguridad, y el problema radica en dónde ponemos nuestra seguridad.

Idolatría


Avaro no es simplemente el que "no compra un huevo por no tirar la cáscara"; es el que ama poseer por sobre todas las cosas, el que necesita desesperadamente "asegurar" la vida. Acá empiezan los problemas, no sólo por el clásico dicho de que "nadie tiene la vida asegurada", sino también porque la "raíz", los “cimientos” de los que habla la Biblia no pueden radicar en "poner seguridad", confiar allí donde no hay firmeza. Afirmarse en lo que no es firme es algo bastante necio; la polilla y la corrosión deberían bastar (en palabras de Jesús) para no "confiar" en cosas inseguras. Y así comienza a asomarse la idolatría...

Poner confianza es 'fiarse de', 'tener fe en'... La idolatría es confiar en, o fiarse de lo que no es Dios, sea porque es un "Dios manipulado, deformado, caricaturizado" o porque simplemente "no es Dios". O, para seguir con imágenes bíblicas, edificar una casa sobre arena, lo cual es poco recomendable en momentos de tormentas. Poner seguridad en los bienes (y particularmente en el dinero) es idolatría, es amar ese personaje al que la Biblia llama "Mammón", es decir el ídolo del dinero. "No se puede servir a Dios y al dinero" (que no es distinto a decir que no se puede quedar bien con Dios y con el diablo: el que pretenda hacerlo, no queda bien con Dios, precisamente). Por eso, el primer obispo de Chiapas, Bartolomé de las Casas afirmaba: "En las Indias, menos se estima, reverencia y adora Dios que el dinero" (¡lo dice de los "cristianos"!), y -agrega- lo reconocen como "mi señor" porque son avaros. "La idolatría -afirma G. Gutiérrez- consiste en poner su confianza en algo o en alguien que no es Dios, o jugar con la ambigüedad de afirmar a Dios pero buscar al mismo tiempo otras razones de seguridad". San Agustín afirma que «la avaricia no es vicio del oro, sino del hombre que ama perversamente al oro dejando la justicia, que sin comparación se debía anteponer al oro».

Hasta acá estaríamos en un discurso meramente teórico si no nos diéramos cuenta que la raíz de los grandes males en América Latina es la idolatría, y particularmente la idolatría del dinero: la frase "en dios creemos" que se encuentra en los billetes de dólar muestra bien en qué dios creen algunos. Un ídolo que reclama sangre y sacrificios, víctimas y sacerdotes... las víctimas son "las madres con los senos vacíos", los chicos desnutridos, los desaparecidos, los desocupados sin esperanza, los jubilados, la gran cantidad de suicidios de quienes no ven salida a su situación.... los sacerdotes son las fuerzas de "afuera y de adentro" que reclaman más ajuste, más "racionalización" (irracional), menos salud (o sólo para el que pueda pagarla)... sea el Banco Mundial, el Fondo Monetario, las relaciones carnales con el imperio... Los templos, de concurrencia dominical, son los "shopping" (así, ¡en inglés!), los bancos donde se hace silencio religioso; las fiestas sagradas, la Navidad de Papa Noeles sin Jesús, los "día de... (madre/padre..." y todo momento de "comunión" sagrada en la compra-venta... Cuando la preocupación es que "las cuentas cierren" y no que "donde hay una necesidad hay un derecho", cuando lo primero y lo más importante son los números y no las personas, entonces "algo huele mal".
Podrá pensarse que este paso a lo político "está de más", que "no tiene nada que ver" con el "pecado capital" (sería pecado del Capital)... Dejemos hablar a san Agustín: escribiendo sobre una realidad de su tiempo (recuérdese que el gran adversario de Roma era Cartago, el cual fue finalmente vencido): "Pero la discordia, la avaricia, la ambición y los demás vicios y desgracias que suelen resultar de las prosperidades, crecieron extraordinariamente después de la destrucción de Cartago, para que entendiésemos que antes no sólo solían nacer, sino igualmente crecer, los vicios"; y dando la razón por qué se explica en estos términos, prosigue (un historiador) diciendo: "Porque hubo vejaciones y agravios que cometían los poderosos, de donde procedía la división entre los senadores y el pueblo, y otras discordias domésticas en el principio, cuando apenas había cesado la autoridad de los reyes, viviendo los hombres con equidad y modestia mientras duró el miedo de Tarquino y la peligrosa guerra con los etruscos". Asimismo, afirmaba el gran Papa Pablo VI:

"así, pues, el tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento que se convierta en el bien supremo, que impide mirar más allá. Entonces los corazones se endurecen y los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen por amistad, sino por interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las naciones como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral".

El problema radica, en este caso -y esto es muy importante- en un sistema que parte del principio de que el ser humano es "codicioso" por naturaleza. Todo plan, en nuestro sistema, supone que el hombre sólo quiere "tener" y, partiendo de un "hombre egoísta", hay que permitirle "competir". La "lucha" ("ley de mercado/selva") beneficia a los demás. La competencia es lo que mueve el mundo, se dice. El mismo punto de partida, para empezar, debe ser cuestionado: ¿realmente el hombre es "codicioso por naturaleza", o eso es consecuencia de su "naturaleza pecadora"? (¿hace falta recordar que el pecado es anti-natural?) ¿No podemos pensar que el hombre es bueno y justo por naturaleza? ¿No podemos pensar que beneficia y hace crecer mucho más al hombre la convivencia que la competencia? ¿No es más valioso un hombre que busca "ser" más que quien sólo pretende "tener" más? ¿No es más justo un mundo que pretenda alcanzar una ley de fraternidad que una ley de mercado?... Sin dudas, esto puede sonar ingenuo. ¡Y lo es! Pero como cristianos preferimos seguir soñando y trabajando por un plan más coherente con la ley de Dios que con la ley del mercado, más beneficioso para el hombre que para las cuentas. Seguimos soñando con un mundo más justo y fraterno. Por él dio la vida Jesús (eso es el Reino de Dios), y por eso debemos trabajar, vivir y morir los cristianos. Se dice que no hay otro plan. ¡Debe haberlo! ¡El amor es posible! La avaricia no es sólo un vicio capital, se ha transformado en un ídolo mortal. Y debemos combatirlo.

"Por su parte, la Avaricia es también arrastrada sobre las ruedas de cuatro vicios que son la pusilanimidad, la Inhumanidad, el Menosprecio de Dios y el Olvido de la muerte. Y los caballos que tiran son la Tenacidad y el Robo, ambas conducidas por el Ansia de poseer. La Avaricia es la única que no tolera varios conductores; le basta con uno. Pero está maravillosamente preparado y es infatigable para su trabajo, azuzando enérgicamente a los caballos con dos vivísimos látigos: la Pasión por adquirir y el Miedo a la bancarrota" (san Bernardo).

La Pobreza


Podemos hablar de dos tipos de pobreza: la pobreza causada (que es pecado) y la pobreza elegida (que es amor). La idolatría, el afán de tener, la avaricia, causa la pobreza de muchos, y tiene su raíz en el pecado, como hemos visto. El amor, en cambio, nos lleva a compartir, a solidarizarnos con las necesidades de los hermanos (y nos empobrece [enriquece, en un sentido más profundo]). ¿No es a eso a lo que nos referimos al pretender "una Patria de hermanos"? Nadie más autorizado que el gran Francisco de Asís para iluminarnos en esto: "Donde hay pobreza con alegría no hay codicia ni avaricia" En esa misma línea Dante Alighieri, en "La Divina Comedia", ubica al Emperador Constantino en el Infierno, y afirma: "¡Cuántos males causaste a la Iglesia, Constantino! No por tu conversión, sino porque ¡de ti vino el primer Papa que fue rico!".

Es verdad que para los poderosos no parece, a simple vista, que haya sistemas alternativos al presente: se habla del fracaso y la derrota del Este (como de Cartago, podemos insinuar). La pregunta no es por el sistema ganador sino por un sistema más humano. Lo fundamental sería preguntarnos dónde y cuándo se aplicó un sistema humano que defienda al ser humano (en especial al más débil), que aliente solidaridad, que pretenda fraternidad. Un sistema que, sin dudas, no logrará "acumulación", "equilibrio fiscal", pero que pretenderá que la gente sea feliz, ¡y sólo se puede ser feliz cuando se ama y se es amado! Probablemente no se haya concretado históricamente, pero ¡la creatividad de los cristianos comprometidos con un mundo fraterno tiene la palabra!

La oposición que presentan los profetas bíblicos entre Dios y los ídolos, continuada por Jesús entre Dios y el dinero nos marca el camino: el amor. Muchos seguimos creyendo que el verdadero ser humano no es el codicioso-avaro sino el capaz de amar, el capaz de entregar generosamente y de entregarse solidariamente. La historia de tantos mártires (y tantos en nuestro país) nos sirve de antorcha en el camino. El maravilloso -y olvidado- documento de Medellín afirmaba:

"nuestra fuerza está en el amor: el egoísmo, el cálculo administrativo separado del contexto de las finalidades religiosas y caritativas, la avaricia, el ansia de poseer como fin de sí mismo, el bienestar superfluo, son obstáculos para el amor, son en el fondo una debilidad, son una ineptitud para la entrega personal al sacrificio. Superemos estos obstáculos y dejemos que el amor gobierne nuestra misión confortadora y renovadora".



Dibujo tomado de http://dealma-da.blogspot.com/2009/10/7-pecados-capitales.html

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