sábado, 19 de diciembre de 2015

VC 4. Ira



La Ira


Eduardo de la Serna



            Hablando de los vicios capitales, pocos son tan difíciles de medir o presentar claramente como "la ira" cuando pretendemos hacer un análisis serio. Por un lado es vista como lo apuesto al amor, y por tanto como algo que desde su misma raíz atenta contra la virtud; por otro lado puede, incluso, verse como virtud llegándose a hablar de una "santa ira"; por un lado se afirma que es algo típicamente humano y por otro se dice que habrá, o hay, una ira divina; a veces se afirma que Dios es "lento a la ira" y otras que derramará su ira en el juicio... Sin dudas, para entendernos bien, debemos tener claro qué decimos ya que en cada uno de estos casos, parece evidente que hablamos de "iras distintas" o que no siempre decimos lo mismo al usar el término...

            Puesto que el objetivo de este trabajo es comentar los diferentes vicios capitales, nos detendremos especialmente en el aspecto negativo (sin dejar de referir al otro aspecto que es, a su vez, muy importante). La ira, en principio, es vista como una "pasión" (es decir, algo que se "padece"), como también lo es el amor, la alegría o la tristeza... Es desde este punto de partida que se afirma que es algo que pertenece a la naturaleza humana. Obviamente, así dichas las cosas, resulta difícil afirmar que Dios "padezca", o que tenga atributos o "pasiones" humanas... pero sobre esto diremos algo más adelante (la frase "Dios es Amor" parece contradecir esto desde el mismo punto de partida; y esto le costó mucho entenderlo a filósofos y teólogos). Aquí nos interesa señalar que las diferentes corrientes difieren cuando se pretende "evaluar" esta "pasión". Algunas de ellas (como el estoicismo, viejo o moderno) pretenden que lo bueno es dominar, calmar o incluso anular las "pasiones". Así es que el hombre es dueño de "sí mismo" (y no un dominado por las pasiones, un "apasionado"); otras corrientes (como algunos psicologismos) afirman que el hombre debe dar rienda suelta a las pasiones para ser así libre, de lo contrario sería un reprimido... 

            Es evidente que ambos aspectos tienen elementos válidos, y elementos exagerados. Por otra parte, ¡y este es el punto central! cada una responde de un modo diferente a las preguntas existenciales fundamentales: ¿qué es el hombre?, ¿cómo alcanza su felicidad?, ¿qué es la libertad? Sin dudas, los cristianos creemos que en Cristo está el núcleo de la respuesta a estos interrogantes, pero sobre el caso concreto de la ira, es preciso analizar más en detalle. Empecemos, para eso, señalando la "ira divina", para dar desde aquí paso a la "ira buena", luego sí entraremos en la "ira mala" para dar, finalmente, lugar a la "paz"... Pero, ¿puede hablarse, como decimos, de una "ira buena"? dejemos hablar a un conocido biblista:

            "Si se condena de plano cualquier movimiento de ira, las afirmaciones acerca de la ira de Dios no pueden entrar en el campo interpretativo; si, en cambio, estas afirmaciones son tomadas en serio, también en el ámbito humano debe cederse un espacio a la ira" (Stählin)

La Ira divina

            Empecemos viendo un sencillo dato estadístico: los distintos términos de ira, cólera, rencor, etc., los encontramos en la Biblia, 80 veces aplicados a los hombres, y ¡375! a Dios. El Dios bíblico es un Dios apasionado (de allí sus celos -algo tan diferente a los griegos, o a lo dicho por Cicerón-, o de allí su enojo cuando los enemigos de Israel quieren "quitarle" al pueblo). El Dios bíblico no es indiferente al hombre. Evidentemente, debemos señalar diferentes aspectos, momentos o etapas en la revelación bíblica, pero no nos es lícito descuidar este punto. Sobre esto debemos decir algo.

            Por una parte, la "ira de Dios" expresa, para el hombre, lo peligroso que es el contacto con lo sagrado: su ira es expresión de su santidad, de la distancia con lo profano. Por otra parte, y muy frecuentemente, es la manifestación de un amor herido... Por eso, y es el punto clave para entender esta expresión bíblica, está en relación a su lealtad y a la alianza. Dios es siempre leal (fiel, veraz) ¡y no podría no serlo!, y esta lealtad es para con el hombre, con quien estableció una alianza de amor. Pero toda alianza de este tipo ("yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo") supone una respuesta también leal. Los famosos "celos de Dios" están frecuentemente ligados a la idolatría, porque el pueblo no supo dar "a Dios lo que es de Dios", fue esto lo que lo llenó de tristeza, y de ira. Lo que lo mueve a esto, a Dios, es el amor a su alianza con el pueblo y al pueblo de la alianza; por eso, esta ira no dura para siempre (frecuentemente se habla del "momento" de la ira [cf. Nah 1,2-3; Sal 7,12]). Así, detrás, brilla la misericordia, que nace de una reflexión de la historia que es manifestación de la voluntad salvífica de Dios (Is 48,9). Por eso, Dios se presenta como "vengador" (go’el) en defensa del huérfano y la viuda (Ex 22,21ss). Digamos que la ira divina tiene como cometido lograr la conversión del hombre, del pueblo. Esto nos lleva a un tercer aspecto: el aspecto judicial. En este sentido refiere al juicio (futuro), y por eso es frecuentemente usado en el lenguaje y los escritos apocalípticos. Estamos en el mismo nivel de la ira contra la injusticia. Así, se habla del futuro "día de la ira/cólera" (Is 13,9), día inminente, para el Bautista (Mt 3,7)... Sin embargo, no podemos olvidar que Jesús nos libra de la ira (1 Tes 1,10) porque Dios no nos destina a la ira sino a la salvación (1 Tes 5,9). "El amor es más fuerte". ¡El de Dios especialmente! Y si bien un profeta como Nahum (particularmente irritado con los enemigos de Israel) dirá que Yahvé es irascible, celoso, vengador y lleno de rencor (1,2), otros como Joel recordarán que tradicionalmente Yahvé es "lento a la ira y rico en amor y fidelidad" (2,13; ver Ex 34,6; Núm 14,18; Neh 9,17; Sal 86,15; 103,8; 145,8; Jon 4,2). Sin dudas, Jesús centra en este último aspecto de amor, misericordia, compasión y paternidad, la plenitud de la revelación... ¡Y lo lleva al extremo! La imagen de Dios que plenamente nos revela y muestra Jesús, -el Dios Padre del Reino- ni siquiera muestra su enojo con los asesinos de su Hijo, a todos muestra su amor que es reconciliación y perdón; de allí, incluso la dificultad inicial del Bautista en comprenderlo: "¿eres tú... o debemos esperar a otro" (Lc 7,20).

            Este largo apartado sobre la "ira divina" tiene, en este trabajo, un sólo objetivo: señalar que la bondad o maldad de la ira está más allá del hecho mismo. Obviamente, si hay una ira divina (aunque debamos entenderla, enmarcarla y profundizarla), no toda ira -humana- debe ser mala. La ira divina será el modelo o la clave para valorar o cuestionar la ira humana... Aquí podríamos señalar un interesante paralelismo entre la ira y el temor; hay una ira buena y una ira mala, así como hay un sano "temor de Dios" y un lamentable "miedo a Dios".

La Ira Buena

            Empecemos señalando, por ejemplo, su raíz: en griego viene de hervir, ebullir, son los movimientos que se pueden mantener a raya con la fuerza del espíritu... Pero es necesario para un juez (y por eso buena) al servicio de la justicia. Fuera de esto -siempre para los griegos- es debilidad que se debe intentar eliminar ya que se opone a la razón. Pero en la mayoría de las religiones es algo propio de los dioses, normalmente a causa de una violación de las exigencias básicas de la vida (por eso está en relación a la justicia).

            ¿Cuál debe ser, por ejemplo, nuestra actitud ante la injusticia, el maltrato de los hermanos, la situación de opresión y exclusión que vive nuestro pueblo? Sin dudas que frente a la injusticia nos debe "hervir la sangre", y el pasivismo, la indiferencia, el silencio son -en estos casos- "hermanos" de la complicidad. Así se habla de una "indignación ética" frente al mal.

            «Es una indignación ética "radical" que viene de muy hondo, de las raíces últimas de nuestro ser. Es una indignación que no brota de una circunstancia o de una ideología particular, sino una indignación que uno percibe, que la siente por el mero hecho de ser humano, de forma que si no la sintiera no se sentiría humano» (Vigil-Casaldáliga).

             Los mismos Evangelios nos afirman que Jesús siente ira, o se irrita frente a determinadas cosas (Mc 3,5; Mt 16,23; 23...). Cuando -visitando una cárcel, y a balazos- fue asesinado el padre Joao Bosco, en Brasil, el pueblo derribó la cárcel. Un escrito de la época afirma:

            "...el Pueblo decidió abrir las puertas de la cárcel para que jamás nadie fuese allí preso y maltratado, injustamente. Y el Pueblo todo participó con mucha ira y sed de justicia. Quien no podía destruir, animaba..." (boletín del 21 de octubre de 1976)...

            La pregunta será, ¿cuál es el límite, el criterio, o el móvil que permita valorar ("a-preciar") esta "ira"? Sin dudas, para el cristiano, es el amor. "Que el Amor te administre la ira y la esperanza. Y la vida..." afirma en un deseo-oración Teófilo Cabestrero a Pedro Casaldáliga. Es evidente que allí está el punto. Y, precisamente por estar movida por el amor, la ira no es aquí vicio (¡y mucho menos pecado!) sino una energía ligada a la virtud de la fortaleza. Algo que hace que el ser humano sea más humano (o que le resta humanidad a quien le falta). En este sentido, esta es una "pasión" que debemos tener, pedir y buscar cada vez más ansiosamente: pasión por la justicia, por la vida, por el hermano, pasión que se indigna, ¡se irrita!, frente a la injusticia, a la vida amenazada, al hermano des-preciado.

La ira "mala"

            La ira del hombre, en el AT, al principio es vista como algo bueno, pero luego es descrito como defecto. Los escritos de Qumrán (los famosos manuscritos del Mar Muerto), por un lado recuerdan la ira de Dios frente a los pecadores, y por otro afirman lo negativo de la ira del hombre. Es interesante que, en la literatura sapiencial, repitiendo la referencia de que Dios es "lento a la ira", se señale que el hombre también debe serlo y allí radica la virtud (Pr 14,29; 15,18; 19,19; 22,24; 29,22; Eclo 8,16; 28,8; Sgo 1,19). En esto, la ira aparece como contraria a la misericordia (Eclo 16,11), y por eso "el iracundo comete locuras, mientras que el reflexivo sabe aguantar" (Pr 14,17).

            No podemos dejar de tener en cuenta -sin embargo- que, a su vez, hay un doble tipo de "ira mala": un tipo de ira es aquella momentánea, abrupta, explosiva. Esta es, frecuentemente, comparada a la demencia. La razón ha desaparecido (recordemos a Iván el Terrible matando en un "arranque de ira" a su propio hijo). Otra es la ira o cólera meditada, reflexionada ("la venganza es un plato que se come frío" se dice); señalemos, asimismo, los racismos, las discriminaciones, las persecuciones ideológicas de lo que tanto sabemos los latinoamericanos: "debemos perseguir hasta desterrar a todos los comunistas, filo-comunistas, para-comunistas y cripto-comunistas" afirmo un ministro de "Justicia" del Paraguay después de "sólo" 32 años de "democracia stronista". A este tipo de ira se refiere santo Tomás cuando afirma que es "apetito de venganza". Así, un antiguo escrito apócrifo judío afirma:
            «Malvada es la ira, hijos míos: es como un alma en el alma misma. Se apodera del cuerpo del iracundo, se enseñorea de su alma y proporciona al cuerpo una energía peculiar para cometer toda clase de impiedades. Y cuando el alma ha obrado, justifica lo realizado, puesto que ya no ve... Este espíritu, junto con el de la mentira, camina siempre a la diestra de Satanás, y sus acciones se realizan con crueldad y engaño.» (Testamento de Dan)

            ¿Hace falta señalar que mientras la ira "loca" es algo negativo que nos limita como seres humanos, nos hace perder de nosotros mismos, la ira "violenta" destruye, y sobre todo, destruye al hermano. Acá sí podemos decir que la primera es un vicio, la segunda un pecado, y no parece necesario profundizar este punto.

            Pocos autores han escrito tanto sobre esto como san Bernardo. Escuchemos lo que afirma en un diálogo con Dios:

            "según el consejo del Profeta, mucho más acertado es a mi juicio adherirme a la disciplina, para que no se irrite el Señor y vaya yo a la ruina. Deseo que te indignes conmigo, Padre de las misericordias, pero con esa ira por la que corriges al descarriado, no con la que expulsas del camino. La primera es una reprensión benigna para nosotros; la segunda; un engaño terrible. Cuando más puedo confiar que eres propicio conmigo, no es cuando te ignoro, sino cuando te siento airado. Porque en la ira te acordarás de la compasión. Señor, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios de perdón"...

            Acá debemos recordar, entre paréntesis, en qué medida, a lo largo de la historia, las enfermedades o catástrofes (la misma enfermedad del Cólera, por ejemplo, de allí su nombre) eran vistas como manifestaciones de la ira de Dios, y cómo algunos fundamentalistas han dicho cosas semejantes, en nuestros días, del SIDA u otras catástrofes. ¿Si esto fuera así, deberíamos preguntarnos de qué "dios" estamos hablando? El "lento a la cólera", el que tiene "momentos" en la búsqueda de la conversión del hombre, el que envió a su Hijo para la Vida parece bastante lejos de algunos "discursos". Es evidente que Jesús no nos muestra un "dios" con un "brazo de la misericordia" y con el "brazo de la justicia" (= ira), sino un Padre con un "brazo" misericordioso y otro "más misericordioso" todavía.


¿Tiene la ira la última palabra?

            "La ira es una pasión natural del hombre; pero, si se abusa de este don, se convierte en grave ruina y exterminio. Orientémosla, hermanos, hacia el bien, no sea que se lance al mal o a lo inútil. Así suele suceder que el amor elimina al amor y el temor se diluye con otro temor. Dice el Señor: No temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer más" (san Bernardo).

No es, en este sentido, que haya que "domar" el "caballo salvaje" de las pasiones, sino de poner freno a lo malo, acelerador a lo bueno y cauce a las potencialidades. A la "ira mala" debemos frenarla o combatirla, a la "ira buena" alentarla y darle entrada, a la "ira natural" encauzarla para que busque el bien y combata el mal. La "bronca" interior, la rebeldía, puede explotar, y debemos orientar su explosión.

            Vivimos tiempos en los que la rebeldía se vivió violentamente, y todavía debemos "pagar" en nuestra vida tanta sangre derramada, o "pagar" tanto silencio finalmente cómplice frente a tanto dolor; vivimos tiempos en que la rebeldía se limita a aritos, piercins o tatuajes, o música electrónica; vivimos tiempos en que la rebeldía puede canalizarse en solidaridad, denuncia, apagones, movilizaciones o manifestaciones, o incluso martirio. Para el creyente, la vida sembrada se "paga" con más vida, como la vida del grano de trigo. El grito de ira del creyente es "¡resucitaremos, aunque nos cueste la vida!"

            En cuanto descontrol hacia el hermano, la ira es vicio. "Irritaos, pero no pequéis... Pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Lo que se dice de una sola de las pasiones podemos referirlo a las demás. Airarse es propio del hombre; pero no satisfacer la ira es propio de cristianos" (san Jerónimo). Es en esto que es contraria al amor, "vicio capital". "El amor al prójimo se opone a la ira: hace despreciar gloria y riquezas. Y estos son los dos denarios que el Salvador ha dado al posadero, para que cuide de ti". (Máximo en Confesor). Y no se está hablando de algo "anti-humano", ni siquiera de algo "sobre-humano" con la ayuda de la gracia (¡que es importante, necesaria y vital!) sino de algo fundamentalmente humano, capaz de frenar, silenciar o eliminar lo que atenta, dentro de nosotros mismos, o en la sociedad, contra el mismo hombre. El hombre, la humanidad (sinónimo de vida, de amor) es el punto de referencia de la ira virtud o vicio... Será vicio (o pecado) en la medida en que sea menos humana o anti-humana, será virtud (¡y justicia!) en la medida que sea más y más humana.

            En cierto sentido, la ira es contraria a la paz. Pero debemos precisar esto: mal entendido podemos caer en un pasivismo donde "está todo bien", "todo es igual", o donde se confunde paz con cobardía, prudencia con complicidad,... es distinto el silencio de la rumia, o de la semilla bajo tierra que el silencio del miedo o de la muerte. Es en este sentido que podemos entender a san Francisco de Asís: "donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego". Es una paz que necesita "instrumentos" y que debemos "poner", es la paz que cuenta con nuestra ira interior para imponerse, la paz que se rebela contra la violencia, la vida que se levanta contra la muerte... Es por eso que se ha dicho con razón:

            "Si todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, y todavía queda mucho dolor que mitigar y tantas heridas que restañar...! como será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud...; y cómo será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia...!".

            "No puedo predicar la resignación" afirmaba E. Angelelli, "La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía." decía Eva Perón...
            "¡Dichoso el espíritu que se esfuerza por enriquecerse copiosamente recogiendo estos aromas, los rocía con el bálsamo de la misericordia y los cuece en el fuego del amor. ¿Quién crees que es ese hombre afortunado, sino el que se apiada y presta, propenso a la compasión, siempre dispuesto a ayudar, más feliz en dar que en recibir, inclinado al perdón, lento a la ira, plenamente incapaz de vengarse, atento en todo a las necesidades ajenas como si fueran propias? Feliz tú, quienquiera que seas, si estos sentimientos invaden tu alma, empapada por el rocío de la misericordia, henchida de compasión hasta reventar tus entrañas hecha toda para todos, desechada para ti misma como un cacharro inútil, al encuentro de los demás para socorrerlos inmediatamente en toda circunstancia, y en una palabra, muerta a ti misma y viva para todos. Tú posees en verdad, feliz, este tercer perfume, el mejor; tus manos destilan su embriagadora suavidad" (san Bernardo).

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